Nota a la edición de la Guía del Peregrino de Aimeryc Picaud

santiago_webLos pormenores del descubrimiento del cuerpo de Santiago en la antigua Iria Flavia, hoy Padrón, en las tierras occidentales de Hispania, y el entusiasmo con que se propagó la fe por el Santo, primer apóstol de Jesús en dar testimonio por medio del martirio, quedan recogidos en la Historia Compostellana, un texto escrito en la primera mitad del siglo XII por encargo del Obispo de Santiago Diego Gelmírez [1], que sirve de referencia para entender el flujo internacional a que dio lugar el célebre Camino, en torno al cual se construye la Europa cristiana.

Aquellas “luces ardientes” que orientaron el hallazgo, y que el Obispo Teodomiro comunicó al Rey asturiano Alfonso II el Casto, bajo cuya protección se erigen los cimientos del que iba a ser llamado “campus stellae”, Compostela, en los albores del siglo IX, se convierten en un poderoso atractivo para los devotos hispanos y ultrapirenaicos. A excepción de San Pedro y San Pablo, martirizados en la misma Roma, se trataba del único Apóstol enterrado en Occidente, y este privilegio va a convertir a Compostela en uno de los grandes centros de devoción del mundo cristiano, junto a la mencionada Roma y los Santos Lugares. El impulso que el milenario de la muerte de Jesucristo, en 1033, había dado al peregrinaje hacia Jerusalén, decae por la amenaza del Islam, que controla Tierra Santa, y sólo las Cruzadas, a partir de las postrimerías del siglo XI, garantizarán, con desigual fortuna, el acceso a estas tierras. Esto explica también el poderoso atractivo que ejercerá sobre las gentes de toda condición el Camino hacia Santiago de Compostela en época medieval.

A él acudirán peregrinos por múltiples razones, fuera su motivación religiosa, la búsqueda de la salud corporal, el agradecimiento por una curación, el voto que no pudo materializar el testador, para expiar una pena impuesta por la justicia, o quizás un pecado, o por simple experiencia vital o ansia de aventura.

En la naciente España, durante el siglo XI, época en que se compila el Codex Calixtinus, el más completo manual de propaganda jacobea, se suceden grandes innovaciones. Se alteran las fronteras políticas por la repartición de Estados del Rey de Navarra Sancho el Mayor, las disputas de sus hijos y la presión islámica. En lo cultural, se introduce la reforma cluniacense en los monasterios benedictinos españoles, se sustituye el rito hispano por el romano, y la letra visigótica queda postergada por la francesa. Las altas jerarquías de la Iglesia se asignan a franceses, se estrecha la relación con Roma, surge una literatura épica y se expande el románico como arte nuevo. En lo institucional, aparecen los municipios con sus crecientes libertades, se introducen formas de tipo feudal europeo en el noroeste de España y numerosos extranjeros (francos) son atraídos por el comercio generado ante el intercambio del Camino, o por los Reyes para repoblar las tierras ganadas en la Reconquista al invasor musulmán. En definitiva, España se abre a Europa en un momento en que aumenta la población continental y, como escribe Lacarra [2], se despierta un espíritu aventurero al compás de la unidad del mundo cristiano. Influencias de todo tipo –científicas, literarias, artísticas…-, y de culturas diversas –cristiana, judía y musulmana- estrechan este vínculo íntimo entre España y Europa.

Esto explica el por qué surge la necesidad de redactar una serie de textos centrados en el poderoso fenómeno de la peregrinación a Compostela. El Liber Sancti Iacobi, o Codex Calixtinus, es una compilación de cinco libros diferentes, escritos en latín, que termina de elaborarse en torno a 1160, y que buscan orientar el conocimiento para estimular la devoción de los futuros caminantes. El conjunto es un bello manuscrito de 225 folios que conserva el Archivo Catedralicio de Santiago de Compostela [3]. Recibe su nombre por haberse atribuido erróneamente su redacción al Papa Calixto II, pero en realidad se trata de materiales diversos unidos por la voluntad de un compilador, posiblemente escritor de parte de los Libros I y IV, y autor del V. El primero de sus tomos ofrece un conjunto de sermones, textos litúrgicos y formularios para la liturgia de Santiago. El segundo una colección de 22 milagros debidos a la intercesión del Apóstol y realizados en diversas regiones de Europa. El tercero, relata la traslación del cuerpo de Santiago a Compostela. El cuarto, que sería desgajado convirtiendo al quinto en cuarto, es conocido como Pseudo-Turpín, y lleva por título el de Historia Karoli Magni et Rotholandi, habiéndose atribuido su redacción al Arzobispo de Reims, Turpin, un personaje tan legendario como la propia historia que narra: la del emperador Carlomagno llamado en sueños por el Apóstol Santiago a liberar España de la dominación infiel, su peregrinación a Compostela y su regreso posterior a Francia, donde en el paso fronterizo de Roncesvalles su lugarteniente Roldán muere a manos sarracenas con todos sus soldados, convirtiéndose en mártires del Cristianismo, por lo que sus restos serían distribuidos como reliquias santas por los santuarios de las rutas Turonense y Tolosana. El relato, difundido interesadamente por los monjes cluniacenses, presentaba a Carlomagno como el principal protector del Camino, transformándose estos hechos, fantaseados parcialmente, en poderoso atractivo para los franceses. Esto explica el éxito del Liber Peregrinationis, esa guía para orientación de los peregrinos que se incluirá como tomo V de la compilación.

Hay acuerdo bastante unánime en considerar como autor de esta obra al presbítero nacido en Parthenay-le-Vieux, del Poitou francés, Aimeryc Picaud, secretario del pontífice Calixto II y de sus dos sucesores, que se formó en el círculo de Cluny, y demuestra conocer bien el Camino de Santiago, seguramente por haber peregrinado por él hacia 1130, aunque acaso redactara su texto, a partir de las notas de viaje, en torno a 1135-1140. Al final del Capítulo III explica su pragmático objetivo: informar bien al caminante para que éste prevea sus necesidades. Pero el texto es más elocuente, pues, tal como explica Díaz y Díaz [4], el análisis de los datos arqueológicos aportados por su autor al describir la catedral de Santiago, en el Capítulo IX, permite descubrir a otro autor, además de Picaud, quizás originario de Poitiers, que debió tener acceso al proyecto constructivo de la basílica, y por ello, muy ligado al Obispo Gelmírez, y, que según Hohler [5], pudiera haber tenido otros intereses distintos a los espirituales, tal vez el crear en Santiago una Escuela de Gramática.

Para mayor sorpresa, Díaz y Díaz da la razón a Hämel cuando supone a esta obra una profunda base española, enmarcada en el rito mozárabe y las tradiciones del siglo XI, una obra en suma concebida, promovida y en parte elaborada en España, aunque pensada para lectores franceses y, como hemos visto, redactada en su mayor parte por un francés [6].

Consta este tomo V del Liber Sancti Iacobi de una introducción en que su redacción se atribuye al Papa Calixto y a su canciller Aymeric. Su contenido se reparte en once capítulos, de desigual extensión, los tres primeros referidos al itinerario de la peregrinación: las grandes vías en tierra francesa (Cap. I), las etapas del Camino ya en España (Cap. II) y los nombres de las poblaciones que se recorren una vez pasados los Pirineos (Cap. III). Los capítulos IV y V constituyen incisos en que se habla de los “tres grandes hospitales del mundo”, a saber, el de Jerusalén, el de Mont de Joux en el Gran San Bernardo y el de Santa Cristina en el Somport de Canfranc, y también de quienes repararon el Camino de Santiago. En el VI, enumera con minuciosidad los ríos buenos y malos que se hallan en el trayecto hispano, mezclando lo descriptivo con su experiencia personal. El VII es uno de los más interesantes, a juicio de Vázquez de Parga sería como un ensayo de geografía económica y humana, ya que en él se describen las producciones de los diferentes países que ha de cruzar el peregrino y la condición de las gentes que lo habitan. El VIII ofrecía especial interés para los peregrinos piadosos, pues en él se trata de los cuerpos santos que descansan en el Camino de Santiago y cuya visita considera obligatoria para los caminantes. Alude a las sepulturas de treinta santos y santas, de las que sólo cinco se encuentran en España. El Capítulo IX recoge esa pormenorizada descripción de la Catedral de Santiago, ya referida, y de su ciudad, aportando detalles sobre los maestros de obra, sus canónigos (72, como los discípulos de Cristo), siete de ellos cardenales, las ofrendas ante el altar y la obligatoria hospitalidad para con los peregrinos pobres, alargándose hasta el Capítulo X, para terminar con el XI, en que trata de cómo han de ser recibidos los peregrinos en la ciudad de Santiago con la debida caridad cristiana.

Hay varios aspectos que llaman la atención en esta guía del peregrino. Su autor principal la ha concebido para peregrinos franceses, a los que identifica con su nación, de la que hace arrancar como algo natural los cuatro itinerarios hacia Compostela, sin llegar a concretar las etapas del Camino en suelo galo, porque las supone sabidas, aunque se concentra en caracterizar los santuarios más venerados. En España, en cambio, sí las precisa con más detalle, indicando cuáles deben hacerse a pie y qué otras a caballo. Nombra las localidades del Camino, hasta incluso aldeas, y enumera los ríos dulces y salobres. En cuanto a la descripción de tierras y gentes, carga las tintas, conforme progresa el Camino hacia el Sur, despotricando de los cobradores de portazgos, de los barqueros y venteros, y es muy negativa, incluso contradictoria, su visión de gascones, vascos y navarros, sobre todo de éstos últimos, a los que califica de impíos, reflejo seguramente del encono que presidía la convivencia de éstos con los francos en las poblaciones navarras.

Hemos hablado de la preocupación arqueológica de Picaud, que le lleva a describir con precisión la basílica Compostela y obras de arte como la arqueta donde se contienen los restos de San Gil, en el monasterio de su nombre, junto a Nimes. También muestra curiosidad de filólogo, y así nos da un pequeño vocabulario en lengua vasca, que es el más antiguo testimonio escrito conocido después de que se escribieran las Glosas Emilianenses en el siglo IX. Menciona que los navarros llaman a Dios urcia, a la madre de Dios andrea María, a la iglesia elicera, al sacerdote belaterra, al rey ereguia, a Santiago iaona domne iacue, y así varias palabras más relacionadas con su vestimenta, armas y alimentos.

Como peregrino expuesto a mil peligros, Aymeric rinde tributo a los distintos santos que siempre le tendieron su mano protectora, y hace destacar las ventajas de tener únicamente por aliados a los santos prácticos, como San Rafael, guía incomparable de peregrinos; San Roque, médico de enfermedades; y San Cristóbal, que libra de incendios, inundaciones y temblores de tierra. Pero no deben olvidarse los peregrinos, agrega, de San Hilario de Poitiers, que siempre les dará valiosa información en un momento de crisis; ni de San Julián del Norte, patrón de los boteros y de los juglares, a quienes proporciona refugio abrigado cuando sopla la tormenta [7].

El Liber de Picaud fue la primera de un gran número de guías para los peregrinos escritas en los siglos posteriores, entre otras las de Hermann Künig von Vach (1495) y Domenico Laffi (1673), muy recomendadas por abundar en ellas datos prácticos y descripciones que a buen seguro ayudarían a los caminantes germanos e italianos en sus largas trayectorias hacia Compostela [8]. Pero ninguna llegó a tener la inspiración, la cultura, la gracia, la concentración, la sobriedad y la justeza de la célebre guía del puntilloso Aymeric, epítetos con que la adornó el profesor Bravo Lozano, un profundo conocedor de la literatura jacobea [9].

Ahora, Liber Ediciones nos presenta un bello facsímil de este Liber Peregrinationis del Codex Calixtinus, a partir del original “en su forma larga” conservado en la Catedral de Santiago. La experiencia demostrada por esta editorial en la publicación de joyas bibliográficas se ve realzada por la colaboración como ilustrador de un extraordinario dibujante, Celedonio Perellón, que tiene en su haber colaboraciones gráficas tan singulares como El Decamerón de Bocaccio, el Cantar de los Cantares de Salomón, Salomé de Óscar Wilde, el Juramento de Hipócrates…, ejemplares destacados entre sus más de cincuenta libros ilustrados[10]. Son sus grabados modelo de identificación con el texto literario y ejemplos de una perfección técnica tan rara como versátil, lo que se traduce en un libro de poderoso atractivo no sólo para el bibliógrafo sino para cualquier admirador del Arte.

El autor de las imágenes ha sido Celedonio Perellón y fueron tomadas de la edición del Liber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus. Libro Quinto. Guía del Peregrino, edición especial de  Liber Ediciones (Pamplona, 2001)

 

Notas

[1] Título con que lo editó Flórez en la España Sagrada, Madrid, 1747-1772, tomo XX, pero que en versión original lleva el de Registrum venerabilis Compostellanae Ecclesiae Pontificis Didaci secundi.

[2] LACARRA, J.M. La repoblación de las ciudades en el Camino de Santiago: su trascendencia social, cultural y económica, en VÁZQUEZ DE PARGA, L.-LACARRA, J.M.-URÍA RIU, J. Las peregrinaciones a Santiago de Compostela. Pamplona, Gobierno de Navarra, 1992 (Ed. facsímil de la realizada en 1948 por el C.S.I.C.). Tomo I, pp. 465-497

[3] Un estudio codicológico y de contenido lo ofrece el libro de DÍAZ Y DÍAZ, M.C. El Códice Calixtino de la Catedral de la Catedral de Santiago. Santiago de Compostela, Centro de Estudios Jacobeos, 1988.

[4] DÍAZ Y DÍAZ, M.C., cit., p.p. 58-59.

[5] Cit. por DÍAZ Y DÍAZ, M.C., (op. cit.), p.59, nota 98.

[6] DÍAZ Y DÍAZ, M.C. cit., recoge distintas opiniones, como las de Bédier, David, Hohler, Herbers y la del mismo Hämel, en su mayoría partidarios del origen francés de la obra, tesis que tampoco rechaza Díaz totalmente, pues la naturaleza de texto refundido del Liber Sancti Iacobi plantea aún incógnitas sobre su interpretación. Ver p.p. 90-91.

[7] STARKIE, W. El Camino de Santiago. Las peregrinaciones al sepulcro del Apóstol. Madrid, Aguilar, 1958. Cap. II, p.p. 84-104.

[8] KÜNIG VON VACH, H. Sant Jacobus Strass. Ver HAEBLER, K. Das Wallfahrtsbuch des Hermannus Künig von Vach und die Pilgerreisen der Deutschen nach Santiago de Compostela. Strassbourg, 1899; LAFFI, D. Viaggio in Ponente a San Giacomo di Galitia e Finisterrae… Perugia, 1989.

[9] BRAVO LOZANO, M. Chemin de Saint-Jacques de Compostelle, Chemin de l’Europe. Vic-en-Bigorre, M.S.M., 1992. Fotos del texto: Hans-Günther Kaufmann. Ver también sus publicaciones El Liber Peregrinationis de Aymeric Picaud (c. 1130), primera guía medieval del Camino de Santiago. Valladolid, Universidad de Valladolid, 1991; y la introducción a su Guía del Peregrino Medieval (“Codex Calixtinus”). Sahagún, Centro de Estudios del Camino de Santiago, 1991 (versión traducida al castellano).

[10] GARCÍA VIÑOLAS, M.A.-RUBIO, J.-MOREIRO, J.M. Perellón. Madrid, Ed. Gisa, 1977.