Pilar García Escribano. Mirar y sentir la naturaleza

 

El recién estrenado otoño nos acerca a la visión del paisaje ribero. No se trata ahora de Charela, de Monguilot o de Muñoz Sola. Es la pintora murchantina Pilar García Escribano quien presenta un conjunto bien elaborado de paisajes y de bodegones pintados al aire libre, sentidos con la hondura que da el cariño a la tierra propia, a la que se ama y de la que se conocen sus secretos.

Una pintora, que tras casi veinte años de exposiciones, de callado aprendizaje, de tesón y de respeto al mandato de la naturaleza, llega a un momento de interesantes resoluciones plásticas.

Ha poco que empezó a exponer puntos de vista personales de su jardín de Murchante, que son como trasuntos íntimos de una personalidad expansiva y sin embargo llena de exquisita sensibilidad. La expresión intensa del color, el luminismo tan cálido, directo o filtrado a través de las ramas, eleva el tono de una cuidada composición de las formas, que se distribuyen en el espacio pictórico con absoluta naturalidad. Esto es lo difícil en pintura: escoger el ángulo de visión adecuado, saber mirar la naturaleza y plasmar con gusto sus formas sin manchar para nada su belleza intrínseca.

El respeto que siente por ella no ha sido nunca incompatible con el propio sentimiento. De ahí que su impresionismo se adapte entre sus dos polos -el realismo y el expresionismo- al pasajero medio natural y al carácter tan vario de éste en la propia Navarra: será el paisaje de amplio escenario bardenero unas veces, otras el anchuroso y reflectante Ebro, o el pálido espejo del Arga, o bien los cielos luminosos en contacto con las abiertas cepas de Monteagudo e incluso la floresta del norte. Pero siempre será un mundo rural, encalmado, relajante y hermoso, con la huella del hombre, aunque muchas veces sin su presencia física.

Este naturalismo le ha llevado a interesarse hace tiempo por el bodegonismo. En la presente exposición presenta la pintora varias naturalezas “vivas” -es decir dentro de su contexto campestre- donde las piezas de fruta se muestran junto a los objetos que las contienen, asociadas sugestivamente al medio natural, de cuya totalidad se hacen depender.

En la pintura de Pilar García Escribano se materializa algo que parece ser inaprensible: el conjunto de sensaciones ante el paisaje ve retenida su fugacidad por medio de una síntesis entre modelado y anotación de color, que genera un “tempo” salvado para la contemplación permanente de la belleza.