El pintor Javier Ciga, 50º Aniversario

En la revista de la Federación Nacional de Hogares Navarros, del año 2010, se publicó el artículo siguiente, que, por exigencias de la publicación, careció de notas y de bibliografía, que, ahora, se hacen constar.

Aquel artículo decía así:

Han transcurrido 50 años de la desaparición de Javier Ciga Echandi, pintor y maestro de pintores, quien, junto con Basiano, es el principal referente de nuestra pintura del siglo XX. Con estas líneas pretendemos acercar a la memoria su semblanza, rindiendo un pequeño homenaje al que se ha sumado el Museo de Navarra en el transcurso del año.

Javier Ciga. Bodegón (1912-1914) Fragmento. Museo de Navarra

Su infancia y primera formación en Pamplona

Javier Ciga nace el 25 de noviembre de 1877 en el número 31 de la pamplonesa Calle de la Navarrería, en el seno del matrimonio formado por Miguel Ciga, natural de Lanz, carpintero de profesión y dueño de una funeraria en la calle Zapatería, y por Marciala Echandi, natural de Berrueta, a través de cuya familia enraíza con el valle de Baztán. Según explica la biógrafa del personaje, Carmen Alegría, “se trataba de una familia modesta de condición y de costumbres bastante severas” [1], cuya economía se complementaba admitiendo huéspedes en su domicilio, la mayor parte seminaristas y sacerdotes. Es el único hijo que sobrevive a sus hermanos, muertos en edad temprana.

Bajo esta influencia, el pequeño Javier ingresa en el Seminario de la ciudad. Según explica Mendaur, al poco abandona “porque se dedicaba más al dibujo que a estudiar sintaxis latina”. Entonces comenzó a ayudar a su padre en el negocio de la funeraria, donde manifestó sus dotes de dibujante haciendo los retratos de sus amigos en las tablas de los féretros “que después de ser cubiertos de tela negra se tragaba la tierra” [2].

Estas aficiones del niño y adolescente Ciga demostraron la fuerza de su vocación verdadera. Poco después comenzó su formación artística en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, donde ya aparece reseñado en el curso de 1892-93, con 15 años de edad, como alumno de figura.

Los profesores de Ciga en aquellos años de aprendizaje fueron, en la Academia de Artes y Oficios, el valenciano Eduardo Carceller, y, en sus estudios particulares, los navarros de nacimiento Enrique Zubiri e Inocencio García Asarta [3]. De ellos tomará en su futura pintura técnicas y preferencias temáticas: del valenciano el dibujo y estilo clásico, además de su interés por los tipos populares; de García Asarta, su inclinación romántica hacia la pintura de historia y, quizás, como sugiere Urricelqui, la “visión del “etnos” regional” [4]; y de Zubiri la afición por el difícil arte del retrato y del paisaje norteño.

Formación en Madrid y París

Sus padres mueren tempranamente y él asume el negocio de la funeraria, en cuya trastienda instala su estudio. Entre 1907 y 1909 decide presentarse al concurso de carteles anunciadores de la Fiestas de San Fermín (Ayuntamiento de Pamplona), logrando el primer premio en las ediciones del 1908 y del 1909. Los triunfos de Ciga en el concurso llamarán la atención de unos lejanos parientes indianos, los Urdampilleta, que decidirán cubrir los gastos de su formación a partir de entonces: primero en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid (1909-1911) y más tarde en las academias libres Julian y Grande Chaumière de París (1912-1914).

En la Escuela de Bellas Artes de San Fernando profundizará en sus conocimientos con José Moreno Carbonero y José Garnelo, pintores del género histórico y maestros en la técnica pictórica; avanza en el análisis de la pintura española de los maestros del Museo del Prado, Velázquez en particular, de quien admirará la intimidad de sus escenas y ciertos aspectos técnicos, como la composición. Reparó en los retratos de Goya y en los blancos de las telas pintadas por Zurbarán. Obtendrá, al terminar sus estudios, cinco diplomas de primera clase y una medalla de oro.

Con su profesor Garnelo recorrerá, entre 1911-1912, España, Francia, Alemania y Bélgica, concibiendo, muy probablemente, en este viaje, la idea de marchar a París.

Javier Ciga. Combinación de la ruleta (1912-1914) Museo de Navarra

Se halla en París en septiembre de 1912 se instala en el 26 de la calle Norvins, del barrio de Montmartre, que aún guardaba resabios de la revolución impresionista, del paso de los nabis, de los cubistas, de Picasso y de famosos marchantes, como Kahnweiler, o Leví, un judío que prometió a Ciga encargarle toda una producción costumbrista de las regiones de España, pero que después desapareció misteriosamente.

Ciga alternó su asistencia a las academias libres [5] con el disfrute de la amistad de algunos navarros residentes en París: los hermanos Primitivo y José Erviti (director y contador del Banco de España en París), Echauri, Quintana, Echarren, el pianista Aldave, el violinista Castillo y Nicanor Urdampilleta, su primo. También departe, ocasionalmente, con los pintores vascos Iturrino, Tellaeche y Zuloaga.

No puede considerarse a Ciga, entonces, como un pintor principiante. Tenía 35 años. Acudió a París a perfeccionar su técnica, objetivo que desde luego consiguió, como lo demostrará la pintura de esta etapa, en la que obtendrá la consagración como pintor internacional, al ser admitida en el Salón de Primavera de 1914 su gran composición “Paysans Basques” (redenominado El mercado de Elizondo, hoy del Ayuntamiento de Pamplona).

Javier Ciga. Nanet (1912-1914) Museo de Navarra

Su paso por las Academias, como alumno libre, es el siguiente. En la Julian fue alumno de Jean Paul-Laurens (1838-1921), miembro del Institut Français, condecorado con la Legión de Honor, que había decorado con pinturas murales el Ayuntamiento y el Panteón de París. Era buen dibujante, aunque de color frio, y sin duda debió contribuir a mejorar la técnica de Ciga. La Grande Chaumière había sido fundada por el escultor Émile Antoine Bourdelle y era dirigida en esos años por Claudio Castelucho, hijo de un inmigrante mallorquín, que había sido ayudante de Whistler y sobresalía como retratista (al que el crítico estadounidense Gardner Teall le llamó “el Sargent español y el Sorolla de París”). Aunque no tenemos constancia documental sobre el magisterio de Castelucho sobre Ciga, es muy probable que se diera.

¿Qué huella dejó el paso por París en la pintura de Ciga?. Esta se puede medir a varios niveles. En cuanto al perfeccionamiento de la técnica, se centró en el dibujo, el entendimiento del color y el buen gusto, puesto que ya le podemos considerar formado para entonces. Por otra parte, la experiencia le confirma el acierto de su trayectoria estilística, despejando, quizás, alguna duda sobre sí mismo, muy lógica entre los pintores de principios de siglo. Se desinteresará por el expresionismo, el cubismo y el surrealismo y sólo aceptará valores relacionados con su vocación realista: la importancia de captar sensaciones del natural y el deseo de dar consistencia a esa impresión momentánea mediante una pincelada espontánea a la manera impresionista o, también, constructiva, aunque tímida, al modo de Cézanne (que aflorará en su pintura más tarde). Desde el punto de vista temático, iconográfico y estilístico, continuó siendo un pintor español en París: no se apartó de la temática de su tierra de origen [6], ya que pintó en esta ciudad tan internacional tipos navarros y retratos de personajes de Pamplona (Eugenio Gortari, Guillermo Balda, Manuel Salaverri, Micaela Carricaburu…), en los que sorprende la presencia de influencias de Sorolla y de Moreno Carbonero junto a otras de Manet. Éstas de Manet presentes en los retratos femeninos de “Mademoiselle Ivon”, “Nanet” y “Combinación a la ruleta”. Se diría que Ciga tomó mayor conciencia de sus raíces permaneciendo lejos de Navarra.

Pamplona: compromisos personales, academia particular y guerra civil

Con el regreso de Ciga a Pamplona, por la amenaza de la Gran Guerra del 14, su ciudad natal se enriqueció notablemente, pero sofocó las grandes posibilidades del pintor al no ofrecerle las condiciones de libertad y progreso que encontró en París.

Instalado en Pamplona, abrió una Academia particular para la formación de artistas, poco antes de casarse, en 1917, con Eulalia Ariztia, natural de Elizondo, con la que habría de tener cuatro hijos. Por esta Academia, primero en su domicilio y luego en la calle Sangüesa (a partir de los años 40), pasarán algunos de los principales pintores del futuro: Julio Briñol, Crispín Martínez, Jesús Lasterra, José Antonio Eslava, Miguel Ángel Echauri, José María Ascunce y Luis Araujo, así como varios fotógrafos (Nicolás Ardanaz, Pedro Irurzun y Félix Aliaga), entre los más destacados.

Su concepto de la academia era parisino, es decir, aprendizaje libre del alumno supervisado por el profesor. Enseñaba al alumno a saber ver el natural y a dibujar modelo de escayola, con posterior práctica de pintura al óleo dirigida a representar bodegón y figura en vivo. Respetaba la inclinación estilística del alumno, al que solo pedía interpretar la realidad. Para él color y luz eran también esenciales.

De esta época data el desarrollo de sus dos compromisos vitales: el religioso y el político. El primero se correspondía con una fe en Dios recia y una militancia en asociaciones piadosas: Hermandad de la Pasión del Señor, de la que llegó a ser subprior, y la Congregación de Esclavos de María Santísima del Sagrario, a cuya práctica del Rosario en la Catedral acudía diariamente.

Javier Ciga. Proclamación del primer rey de Navarra (1914) Museo de Navarra

En cuanto al compromiso político, éste tenía raíces lejanas que se reavivan tras su estanciaestancia en París [7]. Ya en Pamplona se hará socio del Centro Vasco de Iruña y colabora con el periódico nacionalista La Voz de Navarra y, en 1930, se afilia al Euzko Alderdi Ueltzalea. Ocupa en el Ayuntamiento de Pamplona el cargo de concejal nacionalista durante las legislaturas de 1920, 1922 y 1930. Al estallar la guerra civil de 1936, Ciga era vicepresidente de la Junta Municipal del P.N.V., cuando el Centro se había transformado en Eusko-Etxea, con carácter no sólo recreativo-cultural, sino político.

Estallado el conflicto fue sometido a vigilancia, ya que por su domicilio pasaban huidos del frente que reclaman ayuda médica y humana.

La acusación contra Ciga -rechazada por él mismo- de “auxilio a la rebelión” por haber puesto en contacto al comandante gudari Abásolo con un tal Arizmendi, panadero de Elizondo, para el paso de aquél a Francia, no pudo probarse.

Ciga no obstante fue condenado por sentencia del Consejo de Guerra al pago de 50 ptas., por haber tenido conocimiento de las actividades de algunos sujetos en relación con el pase a Francia de evadidos y no haberlo comunicado a la autoridad, y se le devolvieron las 497 ptas. que le habían sido incautadas antes de entrar en prisión (donde estuvo 17 meses), producto de la liquidación de la funeraria familiar. Sin embargo, el Tribunal de Responsabilidades Políticas de Navarra, valorando su militancia política y su no adhesión incondicional al Alzamiento Nacional, le impondrá una multa adicional de 2.500 ptas. Satisfecha esta con el producto del encargo por los P.P. Escolapios de una pintura sobre Cristo Crucificado (“el Cristo de la Sanción”), recobrará la plena disposición de sus bienes, que hasta entonces habían permanecido incautados.

En la posguerra

Estos hechos dejaron una profunda huella en su persona y afectaron también a su orientación artística, marcando su progresivo declive. Al provinciano ambiente de Pamplona, muy alejado del de Madrid y de París, se pudieron unir desconfianzas políticas. Ciga tuvo que asentar su economía, a partir de entonces, en la docencia y en los retratos de encargo.

En los años siguientes Ciga rehace su actividad artística: participa en varias exposiciones colectivas de artistas navarros organizadas por el Ayuntamiento de Pamplona (1940-48), dos individuales en la Diputación Foral (1951-52) [8] y una tercera en la Sala Ibáñez (1950). En 1958, dos años antes de su fallecimiento, participa en la I Exposición colectiva de Artistas Navarros del Centro de Estudios de la CAMP. Ya desaparecido, se sucederán varias más en su homenaje, de ellas la más significativa en cantidad y calidad la celebrada en este Museo de Navarra a fines de 1978, con ocasión del centenario del pintor, organizada por el Ayuntamiento de Pamplona.

En 1986 el Museo de Navarra adquiere a sus descendientes 40 cuadros y en 1992 publica la CAMP la biografía de Javier Ciga, escrita por Carmen Alegría. Una autora que define al pintor como “algo bohemio, poco práctico, honrado y desprendido”, amante de la música y de la fotografía, amistoso y buena persona” [9].

Su obra artística

En la evolución de su pintura hay dos periodos separados por el año 1912, el de su llegada a París, donde su pintura se enriquece al contacto de las tendencias impresionista y postimpresionista. Con el estallido de la Gran Contienda en 1914, el abandono de París por Ciga y su llegada a Pamplona, su pintura se adapta a los gustos imperantes, por lo que se modera estéticamente y restablece su parentesco con la Pintura Barroca española.

Javier Ciga. Sokadantza (1914) Museo de Navarra

Hasta 1912, su estilo se había centrado, desde el punto de vista técnico, en el dominio del dibujo, en la calculada composición, en la estudiada proyección de luz, y en una paleta de ocres muy sobria. En lo temático, por asuntos aceptados social y comercialmente: retrato (burgués y de tipos populares), escenas de género y bodegón. En lo estilístico cultivó una figuración realista bajo la influencia de modelos pictóricos barrocos y románticos, y de sus maestros del Prado (Velázquez especialmente). Se notaban las influencias de sus maestros más directos, formados todos ellos en la pintura clásica. Sus obras más sobresalientes fueron los retratos de Eusebio Uranga y de Petra Erburu, y de María; los “estudios” de academia; tipos como El Bebedor, Viejo con farol, La Kiku, La Calceta y Niño fumando, velazqueños; Chulas o Majas y Peli Makurra, bajo la influencia respectiva de Moreno Carbonero y de Zurbarán: escenas de interior y de género como La Cuadra; bodegones dotados de calidad física; y sus conocidos carteles anunciadores de las Fiestas de San Fermín de 1908 a 1910, presididos por la temática castiza y plasmados con un movimiento de instantánea fotográfica.

A partir de ese año de 1912 se suceden en su producción dos etapas que tienen por escenario dos capitales: París (1912-1914) y Pamplona (1914-1960).

En París se mantuvo en contacto con las orientaciones francesas más moderadas en ese momento (impresionismo sobre todo), pero sin desligarse de Navarra, por lo que la producción de este momento se reparte por igual entre paisajes impresionistas de la capital del Sena y “tema navarro” (retratos, escenas de género, representaciones históricas, tradiciones en línea con la pintura etnográfica), de orientación estilística clásica española. Merecen destacarse sus vistas de calles (Monmartre, Nôtre Dame, Pescando en el Sena, Paisaje nocturno del Sena), todas pintadas sobre tablitas con factura abocetada y perspectiva diluida en la distancia, siendo notorio su interés por la luz diurna o nocturna, que en conjunto manifiestan su predilección por Monet, Renoir, Sisley o Caillebotte. También pintó retratos a la manera francesa (Nanet, Mlle. Ivon, estudios masculinos, y su conocido Autorretrato de 1912), así como desnudos (Combinación a la ruleta), muy manetianos. Entre los “temas navarros”, que Urricelqui opina deberían ser entendidos por “vascos” [10], figuran Paysans Basques o Mercado de Elizondo, Coronación del Primer Rey de Navarra, Salida de Misa, en la tradición de la Pintura Vasca de Salaverría, o Zubiaurres. Y entre los retratos de personajes navarros están los de El Violinista Castillo, Eugenio Gortari, o Guillermo Balda.

Javier Ciga. Srs. de Ariz Górriz. Museo de Navarra

Javier Ciga. Arturo Campión (1951) Museo de Navarra

La Etapa de Pamplona es desigual en cuanto a resoluciones, repetitiva en los temas, pero con magníficas excepciones. Ciga profundiza en dos aspectos concretos. Por un lado el amor a la tierra, reflejado en su pintura de paisajes, de tipos y costumbres, consecuencia de su sentimiento romántico. Ahí están sus vistas de Baztán (1922), con influjo constructivo cézanniano y anotación a lo Zubiri; sus paisajes de Roncesvalles, de Oroz-Betelu, Roncal y Pamplona, con sus calles y jardines al gusto parisino; Chacolí (1915), separado en dos partes; Mujeres agotes; De rogar por el difunto y el conmovedor Viático en un pueblo de la montaña, Baztán (1917); escenas de ocio, diversión, amoríos juveniles y vida familiar, dentro de una concepción amable de la existencia. Por otro lado está su búsqueda del hombre por influjo del realismo y de la pintura barroca. En este aspecto destaca como elegante retratista, asimilando el modelo romántico que busca la caracterización del personaje: citaré sus retratos de cabeza (Nicanor Urdampilleta), de tres cuartos (Concepción Ochoa Lácar, Estanislao de Aranzadi), con paisaje al fondo (Arturo Campión, María Luisa Baleztena, La Manola o La Kutrus), familiares (Srs. De Ariz Górriz), infantiles (Niños de Ariz); Retratos de profesionales (Doctor Gortari); y Autorretratos (1951).

En su etapa pamplonesa no descuidó tampoco otras temáticas y especialidades, como el asunto religioso (Pinturas murales para la decoración de San Miguel de Aralar, 1925-30; dibujos y apuntes de la Prisión de Pamplona (1938); temas mitológicos (Baco) o incluso animalísticos.

A las características técnicas indicadas se unió su interés por una acción reposada en las escenas, que le permitía detallar la postura, el pliegue del vestido o la mirada tanto como la intensidad del momento que envolvía a sus personajes. Ejemplo claro de su madurez será “Un viático en la Montaña de Navarra” (Museo de Navarra, 1917), cuyas características serán la impecable técnica compositiva fundada en el equilibrio de las formas y en el dominio de la perspectiva, y la valiente plasmación de la luz a través del conocimiento de las virtudes espaciales del color.

Son aspectos que lo deseable es poder apreciarlos en contacto directo con la obra. Dos son los museos que hoy ofrecen de manera permanente a la contemplación del visitante las obras de Javier Ciga Echandi: el de Navarra, en Pamplona, y, en elizondo, el Museo etnográfico de Baztán “Jorge Oteiza”. Allí pueden disfrutarse los principales cuadros en los que el pintor pamplonés puso todo el sentimiento por la tierra y las costumbres inveteradas de sus mayores, además de su sabiduría de buen pintor.

Bibliografía esencial

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ARTETA,Valentín-ZUBIAUR, Francisco Javier. “Nuevos aspectos para comprender la figura de Ciga”. Rev. Príncipe de Viana, núm. 211, mayo-agosto, p.p. 329-367. Institución Príncipe de Viana, Pamplona, 1997.

LARRAMBEBERE, José Antonio. “Exposición de homenaje a Ciga”. El Pensamiento Navarro, Pamplona, 25 de marzo de 1962. P. 11.

MANTEROLA, Pedro-PAREDES, Camino. “Arte navarro, 1850-1940. Un programa de recuperación de las artes plásticas”. Panorama, núm. 18. Gobierno de Navarra, Pamplona, 1995.

MARTINENA, José María (“Mendaur”). “Ciga visto por…”, en Javier Ciga Echandi (1878-1960). La Gran Enciclopedia Vasca, Bilbao, 1973. Col. Biblioteca de Pintores y Escultores Vascos de Ayer, Hoy y Mañana, fasc. 115.

MARTINENA RUIZ, Juan José. “Javier Ciga. La perfección realista”, en MARTÍN CRUZ, S. (Dir.). Pintores navarros. CAMP, Pamplona, 1981. Vol. I, pp. 36-47.

URRICELQUI PACHO, Ignacio. “La pintura costumbrista en Navarra a través de tres ejemplos: Inocencio García Asarta, Javier Ciga Echandi y Miguel Pérez Tores”, Ondare, 23, 2004, pp. 547-557. Donosita, Eusko Ikaskuntza.

ZUBIAUR CARREÑO, Francisco Javier. “Ciga Echandi, Javier”, en GRAN ENCICLOPEDIA NAVARRA. CAN, Pamplona, 1990. Vol. 3. P.p. 251.252.

IDEM. 75 años de pintura y escultura en Navarra (1921-1996). CAN, Pamplona, 1996.

IDEM. “Ciga Echandi”, Javier, en ALLGEMEINES KUNSTLERLEXIKON. K. G. Saur Verlag, München-Leipzig, 1998. Vol. XIX, 1998. P. 189.

Fotografía de la portada: Javier Ciga Echandi. Un Viático en la Montaña de Navarra, Baztán (1917). Detalle. Museo de Navarra

Fotografías: Larrión & Pimoulier

Notas

[1] ALEGRÍA GOÑI, Carmen. El pintor J. Ciga. Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, Pamplona, 1992. P. 11.

[2] MARTINENA, José María (“Mendaur”). Ciga visto por…, en Javier Ciga Echandi (1878-1960). La Gran Enciclopedia Vasca, Bilbao, 1973, pp. 122-123 y 142-143. Col. Biblioteca de Pintores y Escultores Vascos de Ayer, Hoy y Mañana, fasc. 115.

[3] Eduardo Carceller y García (1844-1925), alumno de Salustiano Asenjo en la Academia de San Carlos (Valencia), se afinca en Navarra como profesor de dibujo de figura del Instituto de Tudela (1870-74) y de la Escuela de A.A. y O.O. de Pamplona (1874-1895), donde lo es también de adorno, y de Instituto Provincial de Navarra (1895-1918). Pintor de técnica disciplinada con sobrio cromatismo, puesta al servicio del tema histórico, el retrato y la pintura de tipos corrientes; el pintor luzaidarra Enrique Zubiri y Gortari (1868-1943), escritor bajo el seudónimo de “Manezaundi”, fue crítico de arte además de pintor paisajista y, sobre todo, elegante retratista de exacto dibujo y aguda aprehensión psicológica; Inocencio García Asarta, nacido en Gastiain en 1861, se afincó en Bilbao en 1900, donde se profesionalizó como retratista. Se había formado en París con pintores academicistas como Lefebvre, Bougereau y Robert-Fleury, que le impulsaron a cultivar, además del retrato, la pintura de costumbres y de historia. Todos pasaron por Madrid, sintiéndose atraídos por los maestros del Prado, especialmente Velázquez.

[4] Es decir, la inclinación hacia una pintura regional costumbrista que la derivación política nacionalista de Javier Ciga, en los años siguientes, haría derivar hacia una línea vasquista. Ler al respecto el artículo de URRICELQUI PACHO, Ignacio. “La pintura costumbrista en Navarra a través de tres ejemplos: Inocencio García Asarta, Javier Ciga Echandi y Miguel Pérez Tores”, Ondare, 23, 2004, pp. 548-550. Donostia, Eusko Ikaskuntza.

[5] Permitían asistir en los días y horas convenientes y de disponer de modelos que a módico precio permitían disponer de modelos.

[6] Al que acudía periódicamente para inspirarse en los tipos e historia de Navarra. En su autorretrato de 1912, en que se representa pintando tras el lienzo, a un lado queda la cámara fotográfica sobre su trípode. ¿Documentaría dichos tipos para representarlos más tarde en el contexto parisino?.

[7] Ver nota 25 de ARTETA, Valentín-ZUBIAUR, Francisco Javier. “Nuevos aspectos para comprender la figura de Ciga”. Rev. Príncipe de Viana, núm. 211, mayo-agosto, p.346. Institución Príncipe de Viana, Pamplona, 1997.

[8] Al término de esta exposición, el 13 de enero de 1952, sus amigos le rindieron un homenaje al que asistieron representantes del Ayuntamiento de Pamplona, Diputación Foral de Navarra e Institución Príncipe de Viana.

[9] ALEGRÍA, C. Cit. Pp. 18 y 28.

[10] “Ciga contribuye con sus escenas a la construcción de la Arcadia ideal añorada por el pensamiento napartarra”, dice I. Urricelqui, que opina que Ciga “se presenta como el representante pictórico de los paisajes, gentes y costumbres de la Navarra húmeda y montañosa del norte”, frente a Miguel Pérez Torres, que ejemplificaría la representación de la Navarra soleada y llana del sur en la pintura de la primera mitad del siglo XX. Ver URRICELQUI PACHO, Ignacio. “La pintura costumbrista en Navarra a través de tres ejemplos: Inocencio García Asarta, Javier Ciga Echandi y Miguel Pérez Tores”, Ondare, 23, 2004, pp. 554-557. Donostia, Eusko Ikaskuntza.