Si fuéramos a definir el paso procesional, apunta el autor del artículo, diríamos que es una figura o grupo escultórico, relativo a la Pasión de Cristo, que, instalado sobre una plataforma y llevado sobre andas y a hombros de porteadores, desfila por las calles en las procesiones de Semana Santa.
Para el historiador francés Pierre Cabanne, el paso es un elemento típicamente español, a lo que no es ajeno el tratarse de una representación dramática de cualquiera de los sucesos o misterios más notables de los últimos días de la vida pública de Nuestro Señor Jesucristo. Los pasos también reciben el nombre de simulacros y así consta en las Constituciones fundacionales de la Hermandad de la Pasión del Señor en 1887.
En su desarrollo histórico, la procesión, que es el momento en que se exhiben los pasos largo tiempo guardados, mantiene estrecha relación con el drama. Las de Semana Santa son procesiones de penitencia, muy diferentes a otras conmemorativas y profanas que se dieron ya en las primeras civilizaciones. España, que es un país verdaderamente rico en su cultura tradicional religiosa, puede presumir de tenerlas variadísimas, pero en todas ellas se observan unas características comunes.
La primera nota común es que se celebran cuando atardece. La noche les aporta el ambiente favorable para el recogimiento, favorecido por el silencio y el juego de luces y de sombras, que mueven a la meditación. La severidad del hábito penitencial, realzada todavía en ciertos lugares por los castigos que se infligen los penitentes, sería otra característica. Finalmente, la plástica representación del Martirio de Cristo, y las impresionantes maneras de anunciarlo con cornetas destempladas y saetas, sería lo fundamental de una procesión que también puede considerarse un espectáculo.
En el periodo barroco, con Gregorio Fernández, Martínez de Montañés, Alonso Cano y Francisco Salzillo, esta plasticidad llegó a una culminación estética que difícilmente igualarían otras artes. Entre 1615 y 1775 se configura plenamente la imagen procesional y surgen las diversas tipologías iconográficas. Se prima en ellas la impresión visual ante todo mediante la representación del movimiento en acto, los escorzos de perspectiva momentánea y la talla volada de los ropajes (cuando no la inclusión de vestidos y postizos en la misma madera policromada), para que el efecto de realismo, potenciado por el viento y el vaivén de los porteadores, llegue a conmover a los asistentes.
Sus orígenes se remontan al siglo XVI, pero es a raíz del Concilio de Trento (1545-1563) y de la Contrarreforma de la Iglesia católica contra el mundo protestante, cuando las cofradías y hermandades encargan a los gremios de imagineros la ejecución de las figuras de los pasos. Esto será posible por el ambiente eclesiástico que favorece la educación del pueblo fiel en las Verdades de la Fe. El paso constituye a partir de entonces un género artístico preferente, en unión, pero también competencia, con el retablo de los templos.
Ambos, retablo y paso, ilustran por medio de imágenes estas Verdades, completando de este modo la palabra del predicador. En ellos, la fuerza emocional de las imágenes induce al sentimiento religioso de los fieles, acaparando su atención. Tienen una misma función didáctica y poseen una iconografía definida, con un sentido determinado. Pero difieren en su interpretación y discurso.
El orden de lectura exigido por la representación de las imágenes, es, en el retablo, de izquierda a derecha y de arriba abajo, mientras que los pasos se ven de principio a fin, en la secuencia continua del desfile procesional.
De ello se deriva una diferente jerarquización en las representaciones. En el retablo se distribuye la iconografía por calles, la central para las figuras divinas y la Virgen María o los santos patronos; en la procesión -a modo de secuencia fílmica- los pasos se van desgranando de acuerdo a un montaje dinámico y no sólo de acuerdo a un guión descriptivo–narrativo (como en el retablo), sino conforme a una estructura teatral o, en términos actuales, cinematográfica.
Tomando como referencia los pasos de la procesión del Santo Entierro pamplonesa, de la introducción del drama se ocuparían los pasos de la Entrada de Jesús en Jerusalén, la Última Cena y la Oración en el Huerto. De su desarrollo, el Prendimiento, la Flagelación, el Ecce Homo, la Cruz a Cuestas y la Caída del Señor. El nudo vendría con el Cristo Alzado. Y el desenlace con el Descendimiento y el Sepulcro, aunque sería un desenlace incompleto, pues faltarían los pasos imaginarios de la Resurrección y la Ascensión a los Cielos.
Todas estas estampas, con el testigo excepcional de la Soledad de la Virgen, constituyen un relato de la Historia Sagrada distinto y quizás más conmovedor que los relieves de nuestras iglesias. Tenemos en unos y en otros representaciones originarias del discurso narrativo moderno. La sucesión dinámica de los pasos que como planos de un montaje fílmico se unen en un relato (la procesión), frente a la secuencia fotográfica de las escenas de un retablo, sugestión de un movimiento virtual que se enhebra en el cerebro humano.
Fotografía de la Portada: «Cristo Alzado» (1932), de Fructuoso Orduna Lafuente, para la Hermandad de la Pasión del Señor de Pamplona