Vermeer frente a la Modernidad

La apacible visión del mundo en Vermeer es lo que pudo contribuir, junto con la innegable calidad artística de su pintura, a dar un toque de espiritualidad al arte Moderno, que se vio así entroncado con el pasado.

 

Dama escribiendo una carta ante su sirvienta (h. 1670) National Gallery. Dublín

La oportunidad de visitar en el Museo del Prado la exposición Vermeer y el interior holandés, nos da ocasión de admirar nueve cuadros de este pintor de la luz, que coincidió en vida con maestros de la talla de Franz Hals y Rembrandt. Pero ¿por qué es tan apreciado el nombre de este nada prolífico pintor, nacido en una pequeña ciudad de los Países Bajos, entonces unidos a la Corona española?. Vermeer de Delft fue, en rigor, un adelantado de la Modernidad, un precursor de los nuevos puntos de vista estéticos que surgirán en Europa Occidental a partir del Siglo XIX.

El nombre de este pintor de la ciudad holandesa de Delft, Jan Vermeer, había caído casi en el olvido al poco de morir en 1675. Tal era la abundancia de grandes artistas en los Países Bajos durante el período Barroco y tan escasa la producción pictórica de este personaje (no más de treinta cuadros), que en vida había relegado a un segundo plano su trabajo de pintor para preferir el comercio de obras de arte.

Sin embargo, Vermeer, al igual que otros pintores de Delft (De Hooch, Fabritius, Witte), había puesto especial cuidado en recrear con sus pinceles espacios interiores de una llamativa amplitud, con una fidelidad óptica, en el caso de nuestro pintor, dirigida a sorprender escenas hogareñas confiadas al destacado protagonismo de la mujer (las labores domésticas, la lección de música, la simple conversación con un visitante), todo ello elevado de rango por la calidad táctil de los materiales representados y, sobre todo, por la fascinación de la luz, con la que da a su pintura un destacado valor sensorial.

Fue el francés Thoré-Bürger quien en 1866 reconoció el valor de la pintura de Vermeer en La Gazette des Beaux-Arts, en un momento en que se volvían a estimar las escenas realistas de la vida ordinaria, dentro de ese concepto de «el arte para el hombre» que trajeron las Revoluciones a la Europa Occidental.

La manera de pintar de Vermeer no se hacía extraña. Dibujaba con la precisión de Ingres y su colorido era tan fino como el del retratista francés, que también estudiaba la figura a partir del natural, con una corrección y estilización del canon semejantes. La composición, de igual modo, parecía encuadrada en formas geométricas, que en el maestro holandés ofrece una sensación de equilibrio.

Tenía en común con Rousseau y Corot la sencillez de los temas; con los Nazarenos alemanes el detallismo y la simplicidad formal y con los Realistas la observación de los hechos, el estudio de la luz y el interés por las calidades materiales, además de su predilección por lo social, es decir, por el trabajo de los sirvientes y la vida familiar como temas predominantes, con el mismo acento de serena dignidad que, por ejemplo, Millet y Daumier daban a sus lavanderas, y Vermeer a su «Lechera» del Rijksmuseum de Amsterdam.

Sin embargo, ya se puede hablar de influencia directa de Vermeer sobre los pintores Impresionistas franceses. Fue Camille Pissarro quien se asombró ante su «Vista de Delft», contemplada en La Haya en uno de sus viajes, admirando la frescura de la huidiza nubosidad de su cielo, representado con asombrosas anotaciones puntillistas de pincel. Ante este cuadro Pissarro comprendió la trascendencia de las observaciones impresionistas acerca de la mutación de la Naturaleza. Fantin-Latour, por su lado, animaba a estos pintores a copiar sin cesar las grandes obras del Louvre, entre ellas las pinturas de Vermeer.

Aunque ahí no termina el parentesco de Vermeer con los pintores del XIX. La franca luminosidad de sus cuadros, su claridad tonal, su atención por el fluir temporal, su visión fotográfica (lógica al emplear la cámara oscura), que le lleva a repetir escenas de interior con la misma decoración de fondo como si se tratase de un estudio seriado y a sorprender el gesto instantáneo de sus personajes, nos lo acerca a Degas, a Toulouse-Lautrec o al «nabí» Bonnard, que igualmente escogieron a la mujer como tema principal en sus obras.

La depuración con que define los fondos y la sólida composición constructiva de sus pinturas van a ser muy útiles a Cézanne o al alemán Leibl, en tanto que el arabesco definidor del contorno de sus figuras parece un anticipo del trazo cloisonné que los sintetistas emplearon para diferenciar los planos.

Pero todavía puede añadirse más. Los Surrealistas del siglo XX admirarán el hondo realismo de sus personajes, definido por esa intensa luz que ellos considerarán extraña, inquietante y, por tanto, aprovechable para cuestionar la realidad misma e, incluso, en la desnudez y geometrización de los elementos representados (baldosas o líneas de la perspectiva) algunos historiadores llegan a ver un anticipo del Arte Abstracto de nuestros días.

Esta apacible visión del mundo en Vermeer es lo que pudo contribuir, junto con la innegable calidad artística de su pintura, a dar un toque de espiritualidad al Arte Moderno, que se vió así entroncado con el pasado.

Imagen de la portada: La lechera (h. 1660) Rijkmuseum. Amsterdam. Detalle