El cine de Robert Aldrich

Disertación en el Cine Club Lux, de Pamplona, sobre el cine de Robert Aldrich, el 15 de Diciembre de 1979.

Robert Aldrich es un director de cine estadounidense, además de guionista y productor, nacido en 1918 en el seno de una familia de financieros y políticos.
Estudió Economía en la Universidad de Virginia.
Hasta 1953 trabajó como ayudante de dirección de los directores Lewis Milestone, Jean Renoir, Charles Chaplin (en “Candilejas”), William A. Wellman, Robert Rosen y Joseph Losey.
De esa fecha en adelante se ejercitó en la televisión como director de series, donde consiguió experiencia en la realización rápida e inventiva.
Los títulos más significativos de su filmografía, por su espíritu independiente y polémico, con problemática moral, han sido:
Apache (1954), que tiene por protagonista a un “piel roja” mostrado como personaje éticamente positivo, expoliado de sus tierras y derechos por los invasores blancos, en abierta contradicción con las convenciones habituales del género western, tradicionalmente racista.
Kiss me Deadley (1955), especie de trhiller sobre la amenaza atómica.
The Big Knife (1955), en el que un famoso actor de Hollywood pretende iniciar una vida más auténtica divorciándose de su esposa y rompiendo con su productor. Este trata de impedirlo mediante coacciones y acaba por empujarle al suicidio. Luego, anuncia a los periodistas, con aire compungido, que su actor ha muerto de un ataque al corazón. Durísima crítica al mundo de cine, de sus manejos, de sus compromisos e hipocresías. Aldrich confesó inspirarse en tres importantes personalidades de Hollywood: Louis B. Mayer, Jack Warner y Harry Cohn.
Attack! (1956): como alegato antimilitarista.
Su cine, que entra de lleno en la generación de los años 50, de la que forman parte Richard Brooks y Nicholas Ray, hizo concebir serias esperanzas a la crítica, cuyo optimismo se ha ido moderando ante el carácter irregular de sus últimas producciones, entre las que destacaremos “Bestias de la ciudad” (1957), “El último atardecer” (1961), “¿Qué fue de Baby Jane?” (1962), “Sodoma y Gomorra” (1962), “Canción de cuna para un cadáver” (1965), “El vuelo del Fénix” (1966), “Doce del patíbulo” (1966), “La leyenda de Lylah Clare” (1968) y, ya en los años 70, “Comando en el Mar de China” (1970), “La banda de los Grissom” (1971), “La venganza de Ulzana” (1972), “El emperador del norte” (1973), “El rompehuesos” (1974), “Destino fatal” (1975) y “¡Alerta Misiles!” (1977).
Sobre la temática de sus películas, ha destacado Román Gubern la figura del héroe. Aldrich, afirma, “se complació presentando una galería de héroes frustrados y amargos…, infelices, grises y desafortunados”. Los temas son de una violencia desatada, con una constante y frenética oscilación entre lo trágico y lo irónico, con una lúcida amargura.
Esta violencia está enfocada desde el enfrentamiento entre la sociedad estadounidense, dominante y poderosa, y el individuo, localizado en estratos sociales desarraigados, forzado a luchar por su supervivencia con métodos similares de violencia, y enfrentado a los grupos de presión estructurales. En Aldrich, el luchador solitario aparece inmerso en un engranaje social cuya violencia busca aplastarle o anularle, bien por agresión física o moral.
En ocasiones este personaje es sustituido por un grupo con un objetivo común (“El vuelo del Fénix”, “Doce del patíbulo”, “Rompehuesos”, “Comando en el Mar de China”…), pero entonces parece centrar más su atención en la atmósfera que en los personajes y sus mutuas relaciones.
Para José María Latorre su obsesión por la violencia es “menos intelectual que la de sus compañeros Fleischer o Ray” y “más parecida a la de Fuller”.
La muerte es otra de sus constantes. El personaje, rebelde ante las estructuras de poder, está abocado a ella desde el principio, como única salida -o liberación- en el universo en descomposición moral que le rodea. Pero si la muerte representa para el héroe de la primera mitad de las películas de Aldrich una especie de catarsis o de salvación moral, los héroes de la segunda parte desaparecerán porque el mundo ya no los necesita o no los admite (es el caso de la “sucia docena” de comandos en “Doce del patíbulo”).
A nivel formal el historiador Georges Sadoul destaca que “a su fuerte temperamento gustan los diálogos abundantes, los efectos sostenidos, una puesta en escena exagerada, que hacen a sus películas ser bastante teatrales”.
Jean Mitry nos habla de su “virtuosismo formal, dominio del ritmo, predilección por las secuencias brutales y los planos con el impacto de un puñetazo”.
“Aldrich, añade Gubern, se impuso rápidamente como un maestro del ritmo, en virtud de su gusto por las escenas brutales y las acciones violentas, con un estilo nervioso y, a veces, desmedido, tributario de Orson Welles”.
José María Latorre traza de él una semblanza que lo muestra experimentador en sus inicios, hasta el punto de que se puede hablar en él de un barroquismo al estilo de Welles por la profundidad de campo, el encuadre “retorcido”, el contrapicado, los juegos de luces, el blanco y el negro muy contrastados y el montaje nervioso “psicológico”. Sin embargo, Aldrich es más comercial que Welles. En suma, Aldrich es un narrador de historias cuyo significado basa en el encuadre de la cámara y en el montaje de planos a partir de un guión bien construido, excesivamente preparado, que llega a entorpecer, y un rodaje mínimo, con unión perfecta entre el equipo técnico y los actores.
Conforme avanza en su producción, Aldrich entra de lleno en la fascinación estética, cediendo a las exigencias del mercado. Abundan entonces en sus películas el uso de los teleobjetivos, el montaje sincopado, soluciones fáciles en la puesta en escena y, en general, un estilismo basado en la blandura en la realización y en sus guiones.