Texto de la ponencia presentada en el XIV Programa de Educación Permanente en Geografía, Historia y Arte para postgraduados, en la Universidad de Navarra (Pamplona) el mes de agosto de 1987.
Puntualizaciones sobre el Impresionismo español
En España hubo entre los pintores implicados en este movimiento impresionista una suspicacia ante los excesos formales del impresionismo francés, que la crítica del momento también combatió. De ahí que por cierto pudor, desde Carlos de Haes a Regoyos, no sintieran el deseo de llamarse “pintores impresionistas”.
Desde Gaya Nuño a Carmen Pena, gran parte de la historiografía artística más reciente rechaza la existencia de un Impresionismo español, si consideramos el modelo francés como referencia obligada.
La crítica llamó a los pintores impresionistas despectivamente «modernistas».
Se les denomina, de igual forma, naturalistas, corotianos, instantistas y luministas, término este último tal vez el menos equívoco para definir la tendencia común en todos ellos por captar la luz en pintura al aire libre.
Porque si la luz se había valorado en contraste con la sombra (tenebrismo) o se había representado la luz difusa del día (Velázquez), ahora se ve por primera vez el efecto pictórico del sol, que se filtra a través de los árboles.
El “plenairismo” o “pintura al aire libre” es la distinción más clara de los pintores impresionistas españoles respecto a los de su generación inmediata, los románticos.
Siendo esta una característica esencialmente impresionista, no hay que tener rubor en reconocer un impresionismo español, cuyas propiedades serían:
- la preponderancia del trazo, enérgico y vivo, sobre la coma francesa, matizada y sensible;
- el deseo de captar un momento del paso del tiempo (el instante), más que la duración;
- la resolución de problemas lumínicos por medio del color (y no la resolución del espacio aéreo mediante captación de la luz por el vehículo del cromatismo).
El Impresionismo español no es de raíz ambiental como el francés, sino dinámica. Es más racial que doctrinario.
Estas características, tenidas hasta ahora como propias del Impresionismo Español, no cabe duda que sí lo son en lo que respecta a la pintura levantina y a cierta pintura castellana o montañesa, pero deben someterse a crítica en el caso de las pinturas vasca y catalana.
Pero veamos, antes de analizar el foco vasco del Norte, qué otros centros de renovación había en España, desde presupuestos naturalistas y luego impresionistas.
Focos de renovación pictórica en España
Los primeros focos de renovación fueron al unísono Madrid y Barcelona, donde principalmente por medio del paisaje se busca la verdad de las cosas, con humildad, sin imaginación ni vehemencia, como era práctica habitual entre los pintores románticos.
El esquema de tales focos sería:
Madrid
Martín Rico (El Escorial, 1833- Venecia, 1908):
Formado en París.
Amigo de Daubigny.
Admirador de Corot.
Pintor del natural: serie de Guadarrama (en torno a 1854).
Influido por Mariano Fortuny.
Vicente Cuadrado:
Pintura directa en El Escorial.
Carlos de Haes (Bruselas, 1826- Madrid, 1898)
Hispano-belga. Formado en Bélgica con Joseph Quinaux.
Busca el conocimiento directo de la naturaleza, la captación de la luz solar y la pintura al aire libre.
Conserva del Romanticismo cierto carácter sombrío (empleo del asfalto en su pintura) y cierto pintoresquismo en los temas (picos, desfiladeros…).
Fundamenta el paisaje moderno.
Su magisterio se desarrolla entre aproximadamente 1857 y 1898 en la Academia de Bellas Artes de San Fernando como catedrático de Paisaje. Fueron sus discípulos: Aureliano de Beruete (influido por Martín Rico), Darío de Regoyos, Jaume Morera y Francesc Gimeno (catalanes), Serafín Avendaño, Casimiro Sáinz, Ceferino Araujo y Agustín Riancho (montañeses), Rafael Monleón y Tomás Campuzano (marinistas), Agustín Lhardy, Juan Espina y Cristóbal Férriz, entre otros.
Barcelona
Mariano Fortuny (Reus,1838- Roma, 1874)
Su técnica preciosista (toque vibrante + paleta clara + pequeño formato) anunciaba ya el impresionismo (“Corral”, 1869).
Ramón Martí i Alsina (Barcelona, 1826-1894)
El Haes catalán, pero más luminista que él.
Formado en París, conoce la pintura de Delacroix, Corot y del grupo de Barbizón, también de Gustave Courbet.
Desarrolla su magisterio en la Escuela de Bellas Artes de La Lonja (catedrático de Dibujo y Figura). Sus discípulos nacen antes de 1850: José Armet, Francesc Torrescassana, Baldomero Galofre y Joaquím Vayreda creador de la Escuela de Olot regada por el río Fluviá y con el entorno del bosque de la Garrotxa, que agrupa a Josep Berga, Enric Galwey (algo más joven, nacido en 1864) y Josep Urgell.
Otros impresionistas nacidos en la década de 1860 fueron Eliseo Meifrén, Francesc Gimeno, Miquel Utrillo, Santiago Rusiñol y Ramón Casas, también modernistas; Ricard Canals (1876) y Joaquím Mir (1873).
Valencia
Francesc Domingo i Marqués (Valencia, 1842- Madrid,1920)
Se estableció en París, de donde importó a Valencia las inquietudes del Impresionismo.
Maestro de Joaquín Sorolla.
Antonio Muñoz Degraín (Valencia, 1840-Málaga, 1924)
Cultiva un naturalismo a lo Haes.
Ignacio Pinazo (Valencia, 1849-Godella, 1916)
Emilio Sala (Alcoy, 1850-Madrid, 1910)
Cecilio Pla, su discípulo (Valencia, 1860- Madrid, 1934)
Joaquín Sorolla (Valencia,1863-Madrid, 1923)
Luminismo rotundo pleinairista.
Sevilla
José Jiménez Aranda (Sevilla, 1837-1903)
Pleinairista formado en París, pese al lastre del luminismo de casacón al estilo de “La vicaría”, de Mariano Fortuny.
Gonzalo Bilbao (Sevilla, 1860-Madrid, 1938)
“Interior de la fábrica de tabacos de Sevilla”
Cantabria
No se forma una escuela de pintura montañesa debido al individualismo y a la dispersión, pese a la prosperidad mercantil por el tráfico comercial con las colonias.
No hay conexión entre literatos y pintores, bien a pesar de la calidad de unos y otros:
Los literatos son José María Pereda (1833-1900), Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912), Amós de Escalante (1831-1902) y Concha Espina (1877-1955).
Los pintores son Donato Avendaño, luego afincado en Madrid; Casimiro Sáinz, que perderá la razón; Agustín Riancho, que se encierra en Entrambasmestas; Rogelio de Egúsquiza, bajo la influencia estética de Wagner; José Salís Camino y Francisco Iturrino afincados en el País Vasco.
Los gustos locales se orientan hacia la pintura-anécdota al estilo de Fernando Pérez de Camino.
Según Martínez Cerezo, en la pintura montañesa faltó crítica, gusto apropiado, clima, ambiente y el empuje o aglutinante de un pintor [1].
Análisis del foco del Norte
El País Vasco, en torno a Bilbao principalmente y a Vitoria, será el quinto foco donde el impresionismo peninsular experimentará un desarrollo.
Desarrollo que tiene sus características propias y de ello hablaremos ahora.
La situación histórica por la que atraviesa el País Vasco favorece que vaya consolidándose un nuevo foco artístico en la segunda mitad del siglo XIX:
- Existen escuelas de Artes y Oficios desde 1774 en Vergara, Bilbao y Vitoria, consecuencia de la labor de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, y desde 1879 en San Sebastián.
- Se cuenta con magisterios estables: en Vitoria el de Ángel Sáez García y Emilio Soubrier; en San Sebastián el de Eugenio Arruti y Rogelio Gordón; en Bilbao el de Antonio María de Lecuona, Federico Sáenz Venturini y Antonino de Aramburu.
- Surgen en Bilbao varias personalidades artísticas, como Francisco de Paula Bringas, Juan de Barroeta, Eduardo Zamacois y Antonio María de Lecuona.
- Bilbao se convierte en una poderosa ciudad portuaria, industrial, mercantil, con vida socio-cultural intensa.
- La posterior eclosión del nacionalismo revalorizará lo autóctono.
La Pintura Impresionista se extiende en el País Vasco al mismo tiempo que en otras regiones españolas.
Entre 1857 y 1863 nacen los principales conductores del Impresionismo vasco:
- Los bilbaínos Anselmo Guinea y Adolfo Guiard.
- Los vitorianos Pablo Uranga Díaz de Arcaya, Ignacio Díaz Olano y Fernando de Amárica.
- Los guipuzcoanos Rogelio Gordón y José Salís Camino.
- Darío de Regoyos y Valdés, aunque nacido en Rivadesella (Asturias), se vincula al País Vasco entre 1877-1911, no sólo por motivos familiares sino por motivos estéticos, se identifica con la luz del Norte.
Hubo, sin embargo, ciertos pintores vascos que se interesaron muy vivamente por el impresionismo, pero que luego lo abandonaron, incluso lo rechazaron. Es el caso de Ignacio Zuloaga. También, en parte, de Manuel Losada.
Amárica nos dirá en sus memorias que el pintor de Zumaya (Zuloaga) salía como ellos a pintar al aire libre por el puerto de Urquiola y la cornisa cantábrica. Zuloaga condenaba entonces el color negro en pintura y era un teórico del impresionismo, admirador de Monet y Degas. Esto sucedía tras su viaje a París, entre 1890-1895. Después se volvería hacia el realismo y su paleta se tornaría parda, hasta el punto de que muchos le considerasen más pintor castellano que vasco.
Los pintores vascos tienen contacto con el naturalismo e impresionismo desde el primer momento:
- Eugenio Arruti, Nemesio de Aurrecoechea, Darío de Regoyos, José Salís, el lesacarra Ramón Latasa, fueron alumnos de Haes en Madrid.
- Guiard y Díaz Olano fueron alumnos de Martí i Alsina en Barcelona.
- Fernando de Amárica y el irunés Vicente Berrueta fueron discípulos de Sorolla. Gordón y Salís fueron sus amigos personales, sufriendo la influencia del pintor levantino.
Por otra parte, los pintores vascos fueron los primeros en ir a París, contagiándose del impresionismo galo y haciendo de difusores del mismo:
- El bilbaíno Guiard es, según su biógrafo González de Durana, el primer impresionista español en viajar a París en 1878 [2]. Los siguientes en hacerlo serán los también vascos Manuel Losada e Ignacio Zuloaga, y los catalanes Ramón Casas y Santiago Rusiñol en 1890. En la capital de Francia comparten las horas vascos y catalanes y entre ellos se establecen múltiples lazos e intercambios.
- Darío de Regoyos, que para muchos es el primer impresionista español, participó en el desarrollo de este movimiento durante su estancia en Bruselas desde 1880, inserto en los círculos vanguardistas relacionados con París, como L’Essor y Les Vingt.
- Salís se formó en Madrid, Bruselas, Roma y París.
- Uranga permaneció siete años en París, etc.
Es decir: esta promoción de artistas internacionaliza la Pintura Vasca hasta entonces conocida, aún condicionada por patrones historicistas o étnicos muy localistas. Con ella se introducirá el modernismo en Vasconia y la Pintura Vasca experimentará su definitivo lanzamiento.
Cuando en 1901 el escultor Mariano Benlliure lanza, durante su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes, una soflama contra los impresionistas “que llevan el anarquismo al arte”, no tardan en protestar los artistas vascos y catalanes, que por aquel entonces estaban muy unidos.
Bilbao se había convertido durante el Novecentismo en un importante foco de encuentro artístico:
- En la Exposición de Bellas artes de 1894 habían acudido a la villa del Nervión todas las figuras españolas de la nueva pintura al aire libre (Aureliano de Beruete, José Jiménez Aranda, Joaquín Sorolla, Antonio Muñoz Degraín…)
- En las Exposiciones de Arte Moderno, impulsadas alternativamente por Losada, Guinea y Guiard, se trató de divulgar el arte por un lado y por otro se estableció una solidaridad artística entre vascos y catalanes, y un contacto con las vanguardias francesa y belga [3].
- La Asociación de Artistas Vascos, creada en 1911, continuará con las exposiciones de sus miembros en Barcelona estas fructíferas relaciones vasco-catalanas.
- Este desarrollo tendrá su culminación en la Exposición Internacional de Pintura y Escultura de Bilbao (1919), a la que acudirán, por mediación de Durand-Ruel, el marchante de los impresionistas franceses, la plana mayor de ellos [4].
Desenvolvimiento
Cronológicamente, el Impresionismo en Vasconia abarca desde aproximadamente 1886, que es el año en que Guiard trae de París a Bilbao las nuevas tendencias, hasta la actualidad, confundido con un post-impresionismo que sometió los primitivos criterios estéticos a una depuración y síntesis de las formas. Proceso que se deja notar principalmente en el paisaje como género.
La Escuela del Bidasoa es el mejor hilo conductor de la evolución del impresionismo en Vasconia: influida por el espíritu humilde de Darío de Regoyos primero, después por la síntesis constructiva de Vázquez Díaz, finalmente por las corrientes fauve y expresionista. Su más cualificado representante es Gaspar Montes Iturrioz.
Nosotros, sin embargo, vamos a analizar en síntesis el Impresionismo de los primeros pintores, de los que fueron contemporáneos de levantinos y catalanes en el resurgir de la nueva visión al aire libre.
Todos ellos son paisajistas, aunque de diferente tono.
Uranga y Ricardo Baroja, aunque éste nacido más tarde (en 1871), coinciden en volver su mirada hacia los maestros españoles del Museo del Prado. De casi nada sirvió que vivieran varios años en París, pues luego se impuso en sus pinturas lo instintivo más que lo analítico, a impulsos de su fuerte temperamento.
Sin embargo, el impresionismo francés se advierte en sus delicadezas cromáticas, en la atención por la atmósfera fugaz, por el humo que se disuelve, en suma en el movimiento y el color.
En la pintura de Guiard, Guinea y Díaz Olano predomina la línea elegante sobre el color. En el primero por la influencia de Degas. En los otros dos por el peso de la formación clásica romana, que se une a la parisina. Esto hace que se preocupen por representar la figura antes que el paisaje, que se subordina a aquella como un fondo, que aunque vivo y espontáneo queda en segundo plano. Pesa en ellos todavía la pintura de género tan practicada en Vasconia y una tendencia al decorativismo. Así que la condición humana, tan ferozmente criticada por otros pintores contemporáneos -Nonell, por ejemplo-, se ve en sus pinturas idealizada. Son pintores, no obstante, que dominan la técnica de representación, que componen con gran cuidado.
Si en las pinturas de Guiard y Guinea hallamos estados vaporosos de luz difusa, de afrancesada ambientación, plasmados con una paleta serena de colores claros, no ocurre exactamente igual con las más acentuadas luminosidades de las pinturas de exterior, incluso de interior, de Díaz Olano, que plantean serios interrogantes sobre su filiación. Podría pensarse en la influencia de Joaquín Sorolla, sino fuera porque el pintor alavés se adelantara en modernidad al levantino. En 1895 obtiene una medalla de bronce en la exposición Nacional de Bellas Artes con “Las planchadoras”, un reflejo del realismo social tan en boga, aunque edulcorado, pleno de luz y en gamas blanquiazules a pesar de tratarse de un interior. En esa misma Exposición, Sorolla presenta “Aún dicen que el pescado es caro”, cuadro más comprometido a nivel social que el de Olano, pero sin una modernidad equivalente al suyo.
Amárica y los guipuzcoanos Salís, Gordón y el más joven y malogrado Berrueta, deben mucha de la luz de sus cuadros, de las alegrías de sus ejecuciones o de su temática a la pintura de Joaquín Sorolla. Este tema de la influencia de Sorolla sobre los pintores vascos no se ha tenido en cuenta -Flores Kaperotxipi la niega [5]-, pero es indudable que se produjo, por su autoridad, magisterio y amistad, como hemos dicho. Sotrolla, que al contrario de Repollos, odiaba la luz del norte y su “verde reúma”, logró contagiar del luminismo valenciano a pintores norteños reacios a los excesos de luz por nacimiento e idiosincrasia.
De todos los que acabamos de mencionar, Amárica y Salís son los más puros impresionistas, pues logran superar el determinismo que indujo a sus compañeros a someter el paisaje a la figura. La Naturaleza se expresa en sus lienzos de forma libre, sin otra apoyatura para alcanzar su grandeza que no sea el color, con el que mostrar estados de luz estacionales y, por tanto, sometidos a variación.
Amárica y Salís se concentraron en la representación de árboles y agua, aunque en distintos ambientes que para el primero fueron La Llanada alavesa regada por el Zadorra y circundada por los Montes Vascos y para Salís los contornos del río Bidasoa y el Mar Cantábrico, demostrando así la inagotable estética de la Naturaleza.
El más europeo de todos, el más afrancesado por su identificación con el estilo del plein air, y el más vasco por la sensibilidad en captar las sutilezas cromáticas, lumínicas y atmosféricas de Guipúzcoa y Vizcaya, fue sin embargo el asturiano Darío de Regoyos.
Regoyos, tal vez “tocado” por la soberbia y acomplejante pintura de Goya, que estaba obsesionado por el tipismo legendario de España, sentido aún más desde Bruselas, había realizado una pintura “neurasténica” -en su expresión- de sombras y luces contrastadas, en el propio País vasco. Así se demuestra contemplando su Álbum Vasco, elaborado tras deambular por pueblos perdidos, constituido por notas apresuradas sobre tablitas de cómodo formato.
Este pintor alcanzará su más plena interpretación del paisaje norteño entre 1890-1900, al coincidir un viaje suyo a París con su estancia junto a la desembocadura del río Bidasoa. El contacto con el impresionismo francés y la luz de este río trocaron el contraste mortecino de color en las vivas tonalidades de una paleta que se hizo definitivamente clara. Las sensaciones visuales redujeron la importancia del tema, y línea y mancha también se sustituyeron por una suma de pequeños toques de pincel, con que reflejar la mutación de la naturaleza.
Navarra
Dentro de este periodo Navarra constituye un caso aparte.
A diferencia de las provincias vascas y singularmente Bilbao, no disfrutó de un clima cultural parecido, fuera por su alejamiento de los grandes ejes de comunicación o por su economía y mentalidad aún rurales.
Esto provocó la salida inmediata de varios de nuestros mejores artistas:
- Salustiano Asenjo se afincó en valencia, siendo allí director de la Academia de San Carlos y maestro de impresionistas, pese a su academicismo.
- Lorenzo Aguirre pasó a Alicante.
- Nicolás Esparza e Inocencio García Asarta, retratistas, se trasladaron a Vizcaya, atraídos por Bilbao, como el propio Basiano, que recibe su primera formación en torno a la Asociación de Artistas Vascos.
- Andrés Larraga se hace paisajista en Barcelona.
Nuestro ambiente artístico fue, por consiguiente, muy débil y conservador, y se mantuvo aislado.
Habrá que esperar al siglo XX para apreciar los primeros atisbos de modernidad en la obra de pintores nacidos en el XIX, situados bajo influencias ajenas, principalmente sorollistas. Tal es el caso de Francisco Echenique y Miguel Pérez Torres.
Sin embargo, son bastantes los pintores navarros que han aprovechado las lecciones del Impresionismo, conjugándolas con otras tendencias: Lorenzo Aguirre, Jesús Basiano, Javier Ciga, los ya citados Echenique y Pérez Torres, Enrique Zubiri, Gerardo Sacristán y, aún hoy, como en el País Vasco, sigue influyendo el impresionismo sobre pintores como César Muñoz sola o Jesús Lasterra.
Del conjunto de nombres citados, es Basiano quien más se ha aprovechado de la visión impresionista. Y ello fue posible en buena parte gracias a sus maestros levantinos Muñoz Degraín y Pla, por Eduardo Chicharro, que había sido discípulo de Sorolla, y por el vasco-asturiano Regoyos. Pero Basiano, que estuvo muy capacitado para modular la luz en el espacio, que tuvo un gran sentido del color, permaneció encerrado en Navarra.
Valoración final
Podemos concluir, finalmente, que el foco del Norte (si excluimos Navarra) se mantiene en la vanguardia de la renovación pictórica española, estando los pintores vascos entre los pioneros de la conversión al Impresionismo, asumida en París y Bruselas.
Los avances del Impresionismo llegaron al País Vasco antes no sólo por su proximidad a Europa, sino porque fueron deliberadamente buscados por los artistas, ya que París representaba para ellos -frente al oficializado Madrid- la apertura a una estética moderna, que tardaba en aceptarse en España.
En el proceso de apropiación y difusión de lo moderno no hubo liderazgos exclusivos, sino una coincidencia (por no decir colaboración) de las regiones en pos del mismo objetivo. El esfuerzo de modernización artística que hicieron vascos y catalanes se sazonó a su vez con la aportación de los levantinos y no hubiera alcanzado sus fines de no contar con precursores tales como Haes y Martí i Alsina.
El Impresionismo, con su fuerza y sus aires de renovación, dio un impulso definitivo a la Pintura Vasca, garantizando se permanencia y apertura a Europa.
Bibliografía
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Imagen de la portada: «Aldeano de Bakio» (Adolfo Guiard, 1888). Colección particular de San Diego (California. Estados Unidos)
Notas
[1] MARTÍNEZ CEREZO, Antonio. La Pintura Montañesa. Madrid, Ibérico Europea de Ediciones, 1975.
[2] GONZÁLEZ DE DURANA ISUSI, J. Adolfo Guiard. Bilbao, Museo de Bellas Artes – Caja de Ahorros Vizcaína, 1984.
[3] Entre los catalanes estaban Casas, Rusiñol, Más y Fontdevila, Picasso, Utrillo y Canals. Entre los extranjeros, Gauguin, Cottet, Dégroux, Guerin, Lemmen, Lund, Van Rysselberghe, Bibal y Colin.
[4] Matisse, Van Gogh, Cézanne, Van Dongen, Bonnard, Sérusier, Odilon Redon, Monet, Pissarro, Sisley, Marie Cassat, Seurat, Signac, etc. Picasso contó con representación. Hubo una sala de Anglada Camarasa.
[5] FLORES KAPEROCHIPI, M. Arte vasco. Buenos Aires, Ekin, 1954.