En la villa navarra de Muruzábal, al pie de la Sierra del Perdón, en el Valdizarbe, hay costumbre de celebrar desde tiempo inmemorial una tradicional fiesta infantil, el día 6 de diciembre, festividad de San Nicolás.
Con este motivo, los niños de la escuela recorren las casas del pueblo precedidos de uno de ellos, que, vestido de Obispo, representa a San Nicolás, con dos de sus acólitos. La elección de estos personajes no es arbitraria. Es costumbre que los niños de más edad, que asisten a la escuela, sean los protagonistas de la fiesta. El mayor de todos será el Obispo, que irá tocado por una mitra y cubierto con una hermosa capa pluvial, de reciente encargo a la modista Clara Vélaz, que la confeccionó sirviéndose del cubre-púlpito de San Esteban, el Patrono de Muruzábal. Así, el «santo» podrá ir bien vestido en el futuro, pues la antigua capa estaba ya muy estropeada, y el San Nicolás no pudo revestirse hace dos años. Su vestuario lo completan el alba y el báculo. Al Obispo le sigue un acólito, con el acetre de agua bendita y el hisopo, y otro más con la hucha de lata, para recoger los donativos de los vecinos.
Así fue siempre el acompañamiento de San Nicolás, añadiéndose el pasado año un monaguillo más al cortejo, provisto de un zacuto lleno de mandarinas, naranjas y caramelos, para regalar en las casas que iban a visitar.
Por decisión de los propios chavales, se introdujo hace dos años el cambio de fechas desde el 6 al 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, en vista a que no podían celebrar la fiesta en día de labor, por asistir a la escuela de concentración en Puente la Reina.
Este día, después de misa mayor, se revisten los chicos de sus hábitos, con gran alborozo, en la sacristía de la Iglesia. Después de despedirse de San Esteban y de la Virgen, salen al exterior del templo, donde posan para los fotógrafos espontáneos, e inmediatamente se dirigen a la primera casa del trayecto, la Casa Parroquial. Allí hacen sus regalos y reciben los primeros donativos en metálico, cantando a coro esta canción:
“San Nicolás coronado / Arzobispo muy honrado, / si no nos dan, no nos den, / aquí no nos detendrán, / porque somos escolanos, / del Santo San Nicolás.
Bendita el agua traemos / y venimos a rezar, / y al mismo tiempo pedimos, / lo que ustedes quieran dar, / y si de agrado nos dan, / el Santo bendecirá.
Aleluya, Aleluya, celebremos todo el día, / y en honra a San Nicolás, / la meriendica caerá”
Después, en medio de la chiquillería, siguen camino acercándose a todas las casas del pueblo, donde repiten los donativos y pasan la hucha. Esta hucha ha sido preparada por ellos mismos, con una caja de hojalata, de las de galletas, que forran con papel, dibujando en su parte superior, un perfil del Santo, una caldera y un hisopo, con la leyenda de «quien dé por San Nicolás cien años vivirá». Si en la casa hay animales, el cortejo festivo baja a la cuadra, y San Nicolás los bendice con el hisopo
Los chicos han llegado a reunir en este día hasta tres mil pesetas, que más tarde se gastan en una buena merienda, a la que está invitada toda la gente menuda del pueblo.
Nos informa José Mari Arbeloa, que cuando él era chaval -hace unos treinta años-, no podían olvidar ninguna casa en sus visitas, pues de lo contrario algunos mayores se enfadaban mucho. Llevaban cesta de mimbre en lugar de hucha, y cantaban la misma canción, pero con algunas variantes, de esta manera:
“… Aleluya, Aleluya, celebremos todo el día, / si no nos dan, no nos den, / las gallinas camparán, / porque somos escolanos del Señor San Nicolás. / La tripa llena tendrán, / cuanto más recogerán, / bendita sea esta casa, / si colma nuestro afán”
En cada visita recibían nueces, castañas, manzanas, pastas y dinero. Rezaban un Padrenuestro ante la casa, San Nicolás bendecía los animales, volvían a cantar y dirigían sus pasos a otro sitio, como hacen ahora. Después celebraban la fiesta “sacándose” entre ellos el dinero al juego de “las chapas”, y departiendo los presentes con las chicas del Colegio.
Nosotros nos vamos del pueblo cuando se acerca la hora de comer. El tiempo gris y el sirimiri de invierno, que cae sobre Muruzábal, no es una cortapisa al júbilo de estos chavales menores de catorce años, que siguen corriendo por ahí, de hogar en hogar, festejando al Obispo San Nicolás, con la ilusión puesta en la “meriendica” que luego tendrán. Así nos despedimos de ellos, José Mari Arraiza (el Obispo), Juanjo Artola (el aguabenditero), José Ramón Ventura (el postulante) y Eduardo Arraiza (el chico del zacuto), hasta el año que viene.
Fotografías: Mª Amor Beguiristáin