El 3 de junio de 1996 tuvo lugar en el Palacio de Miramar de San Sebastián un acto de sencillo pero cálido homenaje al pintor navarro Paco Menaya, tributado por la Clínica San Ignacio, donde en los últimos meses se ha repuesto de su delicado estado de salud. A él acudió el firmante de este artículo que bajo el título de “Homenaje en san Sebastián al pintor navarro Paco Menaya” se publicó en Diario de Navarra el 9 de junio, artículo que ahora se ofrece con su título resumido.
El homenaje
En el acto, presidido por el pintor, con sus 93 años cumplidos (que estuvo acompañado de su sobrino Miguel, hijo de su hermano Carlos, también pintor) estuvieron presentes el presidente de la clínica, Jesús Gómez Montoya; el concejal de Bienestar social del ayuntamiento donostiarra, Iñaki Barriola, que hizo entrega al pintor de una magnífica edición del Libro de Pergaminos del Ayuntamiento; el pintor Miguel Ángel Álvarez; el escultor José Ulibarrena, que regaló al homenajeado su retrato en madera, con su gesto característico muy bien captado y el cronista del suceso en representación del Museo de Navarra.
Entre el público había artistas de talla como el veterano pintor paisajista Eloy Erenchun y el pamplonés Pello Azketa Menaya.
El homenaje se abrió y cerró al compás del txistu, de la mano de Javier Hernández, y la clínica tuvo el detalle de obsequiar a Menaya con una placa en recuerdo del acto y ofrecer al numeroso público presente dos exposiciones de sus cuadros: sus últimos trabajos como invidente se exponían tras la mesa presidencial y en la planta baja del palacio sus pinturas parisinas, paisajes sangüesinos y estelleses, guipuzcoanos y costeros, bilbaínos, donostiarras y algunas deliciosas imágenes de Pamplona, para muchos de los presentes absolutamente desconocidas.
En el transcurso de las intervenciones se elogió merecidamente al pintor, que en 1958, tras quedar ciego por un desprendimiento de retina, ha seguido pintando esforzadamente en estos últimos casi cuarenta años.
Su sobrino Miguel lo definió humanamente como un ser humorista, actor frustrado, de brillantísimo cerebro, que se guardó su abatimiento para mantener el rasgo de color característico, la memoria gráfica, la vitalidad de su madre, en tanto que Ulibarrena habló de su potencia mental, al modo de Beethoven, y de la expresión psico-física de su pintura. Todos reconocieron su profundo humanismo y el ejemplo de su vida.
Su vocación por la pintura
Francisco (Paco) Eugenio Menaya Erburu ha sido uno de los pintores navarros más vocacional y sacrificado, que aunque nacido en Pamplona en 1904, ha mantenido con San Sebastián profundos lazos familiares, amistosos y de trabajo.
Como su hermano Carlos, comienza a pintar al amparo de su padre, que era sobre todo un buen dibujante, y afirma su vocación, más tarde, siguiendo los consejos de los pintores Ciga y Zuloaga, a quien con el tiempo realizará un retrato, tras haberse hecho su amigo en Zumaya.
En 1918 acaba sus estudio de Magisterio en la Escuela Normal de Pamplona. Trabaja como docente en Tudela, Itxaso (en el alto Goyerri), Zumaya y Pasajes. Esto se traducirá en una atracción por el paisaje, que inicialmente va a pintar con un enfoque naturalista, y, después, de forma más elaborada e intelectual. La exigencia del trabajo artístico le obligará a solicitar la excedencia durante dos años, tras los que se entregará a la pintura en exclusiva.
El resultado de su paisajismo por las tierras del interior de Guipúzcoa y de la costa vasca lo da a conocer en San Sebastián en 1950, con una buena cogida de la crítica. La Voz de España habla de su “aspereza e intensidad colorista medio decorativa, interpretativa de la realidad ante un proceso interior y de un hacer de estudio”. Su obra se podrá contemplar también en Bilbao, Logroño, Vitoria, Bayona y su ciudad natal de Pamplona. Es seleccionado para la Bienal Hispanoamericana de Arte de Madrid.
El convencimiento tardío de que su verdadera vocación es la artística le llevará a tomar la decisión de ampliar su formación autodidacta en París con casi cincuenta años de edad. En la capital de Francia estudia tres años de Humanidades, y en la Universidad de la Sorbona la carrera de Bellas Artes, donde tiene aún el privilegio de trabajar directamente con los expresionistas “fauves” Dufy, Matisse y Rouault, entonces octogenarios, y con Chagall, al que le presenta Erviti, el amigo íntimo de Ciga.
Después de tan apasionante experiencia, expondrá en el Centro de Estudios de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, en la Navidad de 1957, ofreciendo a los visitantes un estilo “entre el realismo y la abstracción”, que José Antonio Larrambebere -crítico de El Pensamiento Navarro– no duda en calificar de “moderno”.
Poco después sufrirá la ceguera irreversible. Tamaña fatalidad, sin embargo, no le hundirá en la depresión. Su entereza y convicciones le ayudarán a pintar, ahora con el consuelo de la música sinfónica de Beethoven, Brahms, Mozart y Smetana, sus compositores preferidos. Y en los ratos malos, de forma sorprendente, eliminará su rabia tocando la batería.
La forma de pintar de un ciego
Paco Menaya describió en el transcurso del homenaje su curioso método como pintor invidente, sirviéndose del dedo corazón de su mano derecha como pincel, de tablas de madera como soporte, plantillas de cartón recortado (que clava en el soporte para tras colorear retirarlas) y cordeles (que también adhiere y luego despega), jugando con los efectos cromáticos del positivo-negativo. Su trabajo es absolutamente mental, partiendo de conceptos y de lo que él llama “unidades simples” (una circunferencia, un cuadrado…), sirviéndose de colores planos (rojo, verde, blanco…) y difuminados sus contornos a dedo, gracias al tacto de las manos ya estos “collages” particulares, realizados con materiales corrientes.
Es así como, en su estudio de la calle Sangüesa de Pamplona ha representado durante años esas figuras ingrávidas y lineales que recuerdan el arte de Chagall y los ingenuos temas parisinos de Dufy (como el taller de las modistas, el tonto de circo, la carrera de autos, los ciclistas o el coro de voces), donde la estructura, las grandes líneas y el contraste de color dan ese ambiente ingenuo y optimista que nos retrotrae a la pintura expresionista de comienzos de siglo. Con el apoyo de la pintura, Menaya ha logrado sobrevivir o “no morir”, según sus palabras, y caminar hacia una máxima simplificación de las formas, que hace cinco años decidió abandonar al sentir el miedo de la creación plástica en circunstancias para él tan difíciles.
Hoy podemos afirmar, con la perspectiva que da tan dilatada vida, que en la pintura de Paco Menaya han sobrevivido las corrientes postimpresionistas, tomadas por él del cauce originario, luego transformadas de modo personal y valiente, como antes lo hicieran Braque, Picasso y tantos artistas experimentales del Siglo XX, aunque de manera ignorada por muchos.
Las obras de Menaya se encuentran hoy en colecciones particulares del país Vasco y de Navarra, en el Museo Nacional de La Habana, en las embajadas españolas de Ankara, Estocolmo y Oslo, así como en las Fundaciones Garnegie y Roschild.