El texto que a continuación se ofrece fue escrito en un lenguaje sencillo y accesible al gran público, para divulgar el interés por estos monumentos funerarios a fin de valorarlos mejor y preservarlos de la destrucción o el robo. Subyace bajo estas líneas una voluntad semejante a la que tuvo el arqueólogo Cayetano de Mergelina con su cartilla de divulgación arqueológica, encargada por la Diputación Foral de Navarra, para recabar la colaboración pública en la “reconstrucción histórica” de la Prehistoria y Edad Antigua de Navarra.
Una estela discoidea es un monumentos funerario de piedra que se clavaba en el suelo, ante la tumba, antes de que se generalizara la costumbre de emplear la cruz como símbolo cristiano. La estela discoidea hasta ese momento había incorporado a su decoración o bien la cruz o también otros símbolos cristianos, como expresión de la fe de nuestros antepasados en un Dios en quien creían y esperaban.
Se llama estela porque es la señal con que se quiere hacer perdurar el recuerdo del difunto y discoidea por su forma circular, es decir, de disco. Aunque las investigaciones actuales demuestran que no es solamente la señal de la tumba, pues también puede recordar un hecho luctuoso (la muerte repentina de un hombre en el campo, por ejemplo) o servir de crucero en una intersección de caminos o ser guía en el Via Crucis. Tampoco la estela es siempre discoidea. Las hay de muchas formas y tamaños, pero esta es la que más se ha generalizado en nuestros cementerios, desde épocas remotas a la actualidad, si bien desde el siglo XIV entró en franco desuso, siendo sustituida por monumentos que siguen otras corrientes de la moda.
¿Por qué se le da hoy tanta importancia?
Porque la estela no es sólo la unión entre un disco y un pie por el cuello. Su valor es mayor. Por un lado, un valor estético, pues sus caras -generalmente llamadas anverso y reverso- e incluso el pie y el canto en ocasiones, van decoradas escultóricamente con motivos que expresan un gusto y un equilibrio que las convierte en piezas de valor artístico. Por otro lado, su contenido, dado que la estela es una manifestación de la actitud religiosa del hombre cristiano ante el Más Allá. Por eso la estela tiene un sentido simbólico: quiere ser una forma de acercamiento de la familia y de la casa a los restos del antepasado difunto que yacen bajo tierra, protegiéndolos y señalando su pertenencia. Pero la razón mayor de que hoy se valoren cada vez más las estelas está en que son creaciones del arte popular. Un arte largo tiempo considerado como secundario y relegado casi al olvido, por el simple hecho de no haber salido de las manos de artistas consumados. Porque el arte popular tal vez carezca del perfeccionismo de las grandes obras de Arte, pero goza en cambio de la frescura, espontaneidad y emotividad del arte que se produce en las zonas rurales, por artesanos-labradores que ocasionalmente toman en su manos el martillo y el cincel para labrar la piedra de la sepultura del vecino, a quien conocían. En cualquier caso, las estelas, salgan de las manos del labrador o del cantero más o menos ducho, hablan por sí mismas de la mentalidad del hombre ante la muerte. Es decir, nos hablan del hombre incontaminado, fiel a la tradición y al culto divino, que se sabe heredero de una serie de ritos y prácticas mortuorias y que por encima de todo lo mundano, no se olvida ni de sus muertos ni de que ha de morir.
Las estelas discoideas deben movernos a respeto, porque ellas nos traen la memoria de nuestros antepasados.
¿Y qué origen tienen?
La estela discoidea, tal como hoy la vemos, es el resultado de una larga evolución, cuyo punto de partida parece estar en el deseo de proporcionar al muerto su imagen, para que pueda reencarnarse su alma errante.
Por lo tanto, según parece ya demostrado, la forma primitiva de la estela debió ser antropomórfica. Quiere esto decir que trataba de imitar con su silueta el contorno humano. Así se explicarían las denominaciones que el vascuence da a estas piedras y que se traducen por “el hombre”, “la cruz de cabeza negra” y “el hombre de piedra”.
¿Y se extienden por todos los pueblos?
No por todos, pero en su forma discoidea abunda en Occidente. Por ejemplo, en las regiones que rodean la cadena pirenaica (País Vasco, Béarn, Ariége, Altos Pirineos franceses, Aude, Lauregais, Landas, Aragón y Cataluña) o en Cantabria, Meseta castellana, Levante y Andalucía, aunque en menor proporción, según los datos hasta ahora obtenidos. Son especialmente abundantes en Portugal y también se han encontrado en Italia, Gran Bretaña, Escandinavia y hasta en el Oriente Medio (Siria, Arabia, Armenia y zona del Cáucaso). Curiosamente, los colonizadores vascos que llegaron a la isla de Terranova en el siglo XVI trasladaron allá su utilización.
¿En Navarra cuántas hay y en dónde?
En Navarra se han catalogado hasta el momento cerca de setecientas estelas, siendo todavía una parte no muy abundante de las que quedan por recoger y estudiar. Pero son las suficientes, no sólo por su número sino por el interés de sus decoraciones, para poder asegurar que Navarra ocupa un puesto muy digno entre las estelas discoideas del mundo, repartidas por las zonas que acabamos de ver.
En Navarra, la zona con mayor densidad de hallazgos es la Montaña y la Zona Media Superior, pues se han catalogado hasta el momento estelas procedentes de los Valles de Salazar, Roncal, Arce, Romanzado, Aézcoa, Urraúl Bajo, Baztán, Egüés, las Améscoas y una amplia parte de Tierra Estella, la Valdorba, Izagaondoa, Lónguida y Erro, Estella, Tafalla, Sangüesa, Cáseda, Urroz, Espinal, Oroz-Betelu, Zubiri, Ujué, Peña y otros pueblos, han dado gran cantidad de estelas. La Ribera de Tudela, con las contadas excepciones de Murillo el Cuende, Santacara y Tulebras, es la zona en que menos hallazgos se han registrado, pero no parece deberse más que a la casualidad de haber sido menos trasegada por los investigadores y arqueólogos, aunque es probable que su empleo fuera mucho más comedido que en otros valles de la zona media o alta de Navarra.
La Navarra montañosa, más apegada a sus tradiciones seculares y en contacto con la Merindad de Ultrapuertos o Baja Navarra, donde la abundancia y variedad es superior, ha sabido mantener hasta hoy, pero amenazada, la práctica de este monumento funerario.
¿Y se conoce la antigüedad de estos monumentos?
Sólo un 28% de las estelas de Navarra se han podido datar con cierta seguridad y entre ellas las más antiguas son las de l desolado Amescoazarra, de posible origen celta; las de Liscar (Liédena), Arazuri y Soracoiz (Guirguillano), de influencia ibérica; la del Castellar de Javier, anterior a la Romanización; los fragmentos de Biokoitzazpe (Alsasua) y una estela de Eulate con perforación central, anteriores al Cristianismo. De las estelas del desolado de Soracoiz (Guirguillano) se ha escrito que pudieran ser tanto romanas como paleocristianas o célticas. Hay otras que con certeza son altomedievales como las de Iriberri, Goñi, Lanz o Ujué.
A un buen grupo formado por las estelas de Santacara, Sansoain de Orba, Oronz de Salazar, Oronoz-Mugaire, Zubiri, Eulate y Lanz, se les puede señalar tan solo como muy antiguas o antiguas.
El mayor cuerpo de las estelas de nuestros pueblos es de época medieval o bajo medieval, es decir, románicas y góticas. Y desde los siglos XV en adelante el número de ellas desciende vertiginosamente, salvo en lugares muy concretos al norte de Navarra.
¿Cómo están decoradas?
El artesano que las ha esculpido raramente ha inventado las decoraciones que plasmará en las estelas. La mayor parte de las veces se limita a imitar, dejándose llevar por los gustos del momento, esculpiendo motivos que todo el mundo pueda comprender. Como conoce bien el entorno artístico en el que vive (su iglesia o a lo sumo las más próximas), repite muchas veces emblemas que le son familiares, aunque no los comprenda. Así se explican, como motivos escultóricos, las estrellas, las cruces, cuya variedad en buena parte está inspirada en las monedas en curso, los anagramas de Cristo y, sobre todo, los instrumentos de labor. De esta forma, casi diríamos inconscientemente, fueron representándose durante siglos adornos usados con fines funerarios por los romanos, que a su vez los habían recibido en herencia de otros pueblos del Oriente.
Las decoraciones más corrientes de nuestras estelas son a base de vegetales, especialmente flores, la roseta de varios pétalos ya utilizada por el arte romano y luego por el románico y el gótico. Son numerosisimos también los motivos geométricos, alguno de los cuales son de sentido religioso o mágico, como las estrellas de cinco y seis puntas, el círculo que equivale al sol y la luna.
Las cruces son abundantisimas. Las más normales son sencillas (griegas y latinas), aunque las hay de Malta, con brazos ancorados y otras sofisticadas que imitan flores o cruces procesionales. Hay otros motivos religiosos, como el anagrama de Jesús – I. H. S.- que se extiende por valles enteros como los de Aézcoa, Arce, Salazar y Roncal.
Más raramente se han decorado las estelas navarras con figuras humanas o divinas y de animales, y me acuerdo en este momento de una magnífica de San Martín de Unx. Mención aparte, por su curiosidad, quiero hacer de los utensilios que son representados en las caras de los discos de las estelas, en un intento de recordar la actividad principal del difunto.. Es muy frecuente en las que provienen de la Zona Media de Navarra encontrar la podadera de vid; en otras aparecen las herramientas del carpintero, del cantero, del forjador, del guarnicionero, de la hilandera, etc. Una estela de Egüés lleva esculpida la cuchilla de un carnicero y otra de Estella la suela del calzado de un peregrino. Es muy llamativo también el empleo de armas, la ballesta, por ejemplo, representada en estelas de San Martín de Unx, Moriones y Ezprogui.
Las estelas discoideas, sin embargo, son difíciles de clasificar únicamente por sus decoraciones, porque no hay dos del todo iguales. Tal es la libertad de expresión y el ingenio de sus autores anónimos. Esta es una de las explicaciones de su atractivo.
¿Vale la pena conservarlas?
Naturalmente y por ello son muchas las que desaparecen para no ser vistas jamás.
Pero a esta clase de “conservación” no me refiero yo ahora, sino a las que las pone a disposición de la comunidad, debidamente restauradas, con las condiciones de seguridad necesarias e inventariadas previamente, para dejar constancia de ellas en el futuro y facilitar así estudios sobre su significado y valor artístico.
No hay que olvidar que la cultura de un pueblo no se mide por el nivel de sus conocimientos, sino por sus realizaciones. Y nada más noble que además éstas aseguren el recuerdo de los antepasados.
¿Qué hacer cuando se encuentran nuevas estelas?
Es preciso dar parte a la entidad municipal o cultural más próxima, para que ésta lo haga llegar a los órganos culturales de Navarra, como son la Institución Príncipe de Viana – de la Diputación Foral de Navarra- o el arzobispado, pues ambos cuentan con personal especializado que podrá evaluar la importancia del hallazgo, ordenando su catalogación o traslado si procede. En ningún caso hacer correr la noticia del hallazgo sin dar estos pasos previos, abandonando a su suerte la estela clavada en el campo, pues puede ser robada por tu inadvertencia e ignorancia, saliendo fuera de Navarra con rumbo desconocido.
¿Y pueden ser objeto de exposición permanente?
Algunos museos como el de Navarra y el diocesano, en Pamplona, o el san Telmo, en San Sebastián, tienen permanentemente expuestas estelas de Navarra de gran belleza y rareza. Visítalos y caerás en la cuenta de que sí se pueden conservar unos monumentos que se hicieron para perdurar.
Naturalmente no todas las estelas tienen la misma categoría artística, como para figurar entre los fondos de un Museo, pero todas tienen un elevado contenido espiritual que nos obliga a conservarlas en los cementerios.
Las estelas discoideas pueden ser una atractivo para su visita, como lo es en la actualidad en los cementerios de los pueblecitos vasco-franceses, adosados a la iglesia, donde muertos y vivos comparten el paso de las horas.
Respeta, pues, estos monumentos, porque son parte de lo nuestro.
Fotografía de la portada: Estela procedente de la antigua necrópolis de Olleta (Valdorba, Navarra)